"¡Comida, comida!", contesta sin dudarlo una colegiala adolescente a la pregunta de qué quiere, mientras se lleva una mano a la boca en señal de hambre. «Busco libertad», clama una jovencísima mujer mientras espera el barco que la llevará a EE UU tras la petición de Fidel de que todo el que no esté con la revolución debe marcharse. «Aquí no tengo futuro», asegura Wilder tras mostrar su nevera que de tan vacía dan ganas de llenársela. «Esto es un instrumento para tomar muestras de tejido, es muy antiguo, no está afilado, hay que tirar muy fuerte para la biopsia. No es bueno para el paciente», reconoce resignado un médico del Hospital Oncológico de La Habana.

Durante 45 años, el periodista Jon Alpert filmó la vida en Cuba desde el optimismo cauteloso de principios de los años setenta, cuando al grito de educación universal, vivienda y asistencia sanitaria gratuita todo parecía un cuento de hadas, hasta la angustiosa década de 1990 tras la caída de la Unión Soviética y la muerte en 2016 de Castro. Más de mil horas de grabación condensadas en el premiado documental Cuba and the Cameraman que ojalá vean todos ustedes porque les aseguro que en la isla tristemente no ha cambiado nada y que ojalá tampoco se pierdan los señores y señoras del Gobierno que a la pregunta de si Cuba es una dictadura tienen la desfachatez de contestar que «España es una democracia plena». Para ellos (y ellas) tengo un súper plan de vacaciones este verano: una semana todo incluido en una casa de Centro Habana y así se enteran de cómo viven de verdad los cubanos y no los del Régimen y sus secuaces que reparten sus días entre mansiones, yates, costosos restaurantes y clubes privados.

¿La realidad cubana? Un turista sigue valiendo más que un pobre ciudadano. En la isla no hay comida ni combustible, tampoco medicinas, y libertad ni digamos. No hay nada. Por eso, el pasado 11 de julio, tras 62 años de continuados abusos, amenazas y atropellos a los derechos humanos y por primera vez desde que la Revolución triunfara, los cubanos se atrevieron a gritar basta. «Mercenarios, marginales, pagados por EE UU», así llamó el presidente Miguel Díaz-Canel a los manifestantes al tiempo que convocaba a todos los revolucionarios del país a perseguirlos sin descanso. Miles están detenidos a la espera de juicios sumarios y penas de hasta veinte años de cárcel; a los otros miles de desaparecidos las familias los siguen buscando desesperadas. Y mientras la prensa internacional desde hace días miserablemente calla, la isla es hoy un polvorín y un sanguinario campo de batalla en el que el Gobierno reprime de manera brutal cualquier protesta de la calle.

Mientras Pedro Sánchez, nuestro Superman que tan bien habla inglés y es tan guapo, sueña con convertir España en el Hollywood de Europa como ya lo hiciera en los 60 Franco al convencer a la grandes productoras que se plegaran a su servidumbre ideológica a cambio de ahorrar costes en los rodajes, pide solidaridad con Cuba, promete donar vacunas y critica el embargo, yo grito bien alto: Cuba es una dictadura con todas las letras de la palabra, así que, por favor, menos comunismo, más realismo y ojalá un día que atisbo no muy lejano brindemos por una Cuba libre y por el fin de tantos dolorosos años con un generoso chorro de ron blanco, una Coca-Cola bien helada, una rodaja de limón y mucho hielo picado.