Desde que comenzaron los Juegos en Seul, el doctor Park Jong Sei no ha tenido ni un solo día de descanso. Es el director de la clínica que el COI ha designado para el control antidopaje y no hay nada que no pase por sus manos. Las horas de laboratorio en busca de sustancias ilegales en muestras de orina y sangre empiezan a pesarle. Y luego está el positivo de los campeones de halterofilia. Vio las imágenes de uno de ellos caminando sin rumbo por el aeropuerto después de comunicar los resultados y no consigue conciliar el sueño. Reconoce que todo esto le viene un poco grande.

Esta tarde ha decidido tomarse un descanso. El trabajo puede esperar. En unos minutos se disputa la final de los 100 metros lisos y no quiere perdérsela por nada en el mundo. No es un apasionado del atletismo ni mucho menos pero en su entorno todos hablan del enfrentamiento histórico entre Carl Lewis y Ben Johnson y siente curiosidad. Así que deja la bata en su despacho y se dirige a la cafetería de la calle de enfrente junto a varios de sus compañeros.

Cuando entran en el local la televisión ya está anunciando a los velocistas. Los comentaristas solo tienen palabras para los dos favoritos. Carl Lewis corre por la calle 3. Es un atleta esbelto, con una figura estilizada, que aparece en escena estrechando la mano de sus rivales y levantando al público de su asiento. En las Olimpiadas de Los Ángeles 84 se convirtió en leyenda al hacerse con el oro en 100, 200, longitud y el relevo 4x100. Una gesta que igualaba al mítico Jesse Owens de Berlín 36. Por el contrario Ben Johnson tiene una envergadura más hercúlea, su cuerpo es puro acero. No despierta la simpatía de su oponente pero acude a la cita teniendo en su poder la mejor marca de todos los tiempos. Los 9,83 del Campeonato del Mundo de Roma 87 aún se recuerdan con enorme admiración.  

El doctor Park Jong Sei se queda clavado en la silla al ver los ojos amarillentos de Ben Johnson. Tiene una extraña corazonada. El juez llama a los atletas a sus puestos y el canadiense se arrodilla extendiendo sus brazos. Parece una escena sacada de un cuento de Bradbury. Hay una serenidad incómoda en el ambiente, como si se viniese encima una tormenta de arena. Y luego está el color rojizo de la pista de atletismo que recuerda a un paisaje marciano.

Las 70000 personas que se dan cita en el estadio permanecen en silencio hasta que se escucha el pistoletazo de salida. Los sprinters salen lanzados. Todo transcurre con tanta rapidez que es imposible saber lo que está sucediendo en los metros iniciales. Un instante más tarde, cuando los velocistas consiguen vencer a la gravedad y recuperan la verticalidad de sus cuerpos, se descubre que Ben Johnson marcha en primera posición con una clara ventaja sobre el resto. A medida que avanza la carrera la diferencia aumenta y llegados al ecuador su victoria es más que evidente. Las dudas sobre quién es el hombre más rápido del planeta se disipan.

A falta de 30 metros Ben Johnson se permite girar la cabeza y buscar a Carl Lewis en la lejanía. Ese leve gesto está cargado de veneno. No hay nada que pueda hacer el estadounidense salvo rendirse a la soberanía del adversario. A su reinado olímpico le quedan apenas unos segundos, seguramente los más amargos de su vida. Para remate, Ben Johnson atraviesa la línea de meta con el brazo en alto y detiene el cronómetro en 9,79. Nuevo récord del mundo. 

Palmarés olímpico de Carl Lewis


100 metros. 

Los Ángeles 84 Oro. 

Seul 88 Oro


200 metros. 

Los Ángeles 84 Oro. 

Seul 88 Pata


Longitud. 

Los Ángeles 84 Oro. 

Seul 88 Oro

Barcelona 92 Oro. 

Atlanta 96 Oro


4X100 metros. 

Los Ángeles 84 Oro. 

Barcelona 92 Oro.


Palmarés olímpico de Ben Johnson

100 metros. 

Los Ángeles 84 Bronce

Seul 88 Descalificado


4X100 metros. 

Los Ángeles 84 Bronce.

En la cafetería el grupo de coreanos reunidos se recrean en las repeticiones que emite la televisión. Definitivamente Ben Johnson es un extraterrestre. Sus imágenes a cámara lenta son pura ciencia ficción. El doctor Park Jong Sei, al contrario que sus colegas, no se deja impresionar y continúa sintiendo ese mal presagio del principio. Cree que ya ha habido suficientes fuegos artificiales por hoy y decide volver a sus obligaciones en la clínica.

Cuatro horas después recibe unos frascos con las muestras de orina de los medallistas de los 100 metros lisos. Es imposible saber a cual de los tres atletas corresponde cada uno porque vienen etiquetados con un código alfanumérico. Solo la comisión especial antidopaje del COI tiene acceso a esa información. El doctor Park Jong Sei se encierra en el laboratorio y los analiza. Los dos primeros son negativos. Sin embargo, en el tercero encuentra restos de estanozolol, una sustancia prohibida. El horror tiene una forma microscópica. Un nuevo análisis confirma el primer resultado. Uno de los velocistas ha corrido dopado. La noche no ha hecho nada más que empezar.

A los 30 minutos llega una caravana de coches a la clínica. Comienza el interrogatorio. ¿Está usted seguro? ¿Cuál es el margen de error? Necesitamos una tercera prueba. El doctor Park Jong Sei camina por el borde de un precipicio. En sus 22 años de carrera científica jamás ha sido sometido a un cuestionario como este. Pero aquí no hay interpretaciones posibles. El test es positivo se haga una o mil veces. Los miembros del COI tragan saliva y quedan sepultados bajo una penumbra. Ben Johnson, el hombre más rápido de la historia de la humanidad, es un fraude.

A la mañana siguiente el cadáver de Ben Johnson se exhibe en las televisiones de todo el mundo. No hay nadie en el entorno del deporte que no lo condene. Se ha convertido en el enemigo público número uno en cuestión de unas horas. Carl Lewis es la gran víctima de este episodio. Tras la descalificación del canadiense la medalla de oro es suya. Pero es un campeón al que le han robado el alma. Esos momentos de gloria en el estadio de Seul son irrecuperables. El calor del público y el himno de su país en lo más alto del podio sonaron para otro y esta ausencia olímpica le va a perseguir el resto de su vida.

Por su parte, El doctor Park Jong Sei se ha refugiado en su clínica. Ha decidido contemplar este apocalipsis deportivo desde su microscopio. Los atletas del futuro han llegado para quedarse.