Sí que podría viajar sin enterarme de las cosas que pasan, y han pasado, por los lugares que transito. Pero no me da la gana. Y, así, pernocto en Villalpando, zamorana población, en el camino a Galicia, y me entero de cosas. La villa era feudo de los Condestables de Castilla, con sede en Burgos. Y los tales señores feudales recibieron el encargo de custodiar a los delfines de Francia, que Francisco I entregó como rehenes para conseguir su libertad, tras ser capturado en la batalla de Pavía, al norte de la France, en 1526.

Bueno, pues, a cambio de su libertad, el francés Francisco entregó como rehenes, el muy canalla, a sus hijos menores, el mayor de 9 años, el otro de 8. Así, Carlos V se aseguraba que le roi de la France cumpliría su parte del tratado de libertad. Era costumbre desde tiempos ancestrales eso de los rehenes.

Pero al franchute le dio igual que sus hijos estuvieran presos en esa parte de África llamada España. Y al llegar a los Parises rompió los papelajos firmados. Resultado, los regios zagales se quedaron en L’Espagne. El César Carlos los hizo deambular por toda Spain, a cargo de sus nobles de servicio. Uno de ellos fue el Señor Condestable, amo de Villalpando. Y aquí estuvieron ambas criaturas. Vino una delegación gala a visitar a los niños, y rindió informe de que los vieron muy desmejorados. Imagino que lo que percibió el enviado de Francisco fue que los zagales habían cambiado la mantequilla francesa para cocinar por el aceite español. Y claro, los vio más enjutos y espirituales. No apreció esa mejoría en la dieta el noble parisien que hasta acá vino. Los infantes galos trajeron séquito, la mayor parte del cual acabó en galeras tras atravesar las Castillas a pie.

La historia acabó bien. Llegó la paz, que se llamó Paz de Cambrai, y el Francisco Malpadre le dio a Carlos (dicen crónicas, pero yo no me lo creo) una morterada de oro a cambio. Si dio la tal morterada, se iría lo más en corrupción, comisiones y pagos de mesnada y tal. La tal paz no fue verdad, pues ninguna de las partes renunció a los derechos sobre no importa qué territorios que pactaron reconocerse uno a otro. Pero sirvió para que los dos muchachos aprendieran algo de español y sanearan su body con el aceite español.

Y, pues yo dormí en el hotel Los Condestables (altamente recomendable), supongo que allí durmieron los dos chavales, malquistos por su propio padre. No los llevaron a la playa, ni a ver el Zoo de Madrid, ni nada, sólo castillos y la infinita llanura de Castilla, de pegujales y majadas con hileras de chopos de cuando en cuando.

Ya está.