Es sabido que el Itinerante entiende un poco más de jazz y de bossa nova que de flamenco. Pero también hay crónicas que le vinculan con el cante minero, más por la cosa fotográfica que por la guitarra, y por su amistad con la familia Fernández.

Dentro de la tradición popular española apenas se conservan canciones y ritmos creadas a raíz de algunas actividades laborales antes cotidianas y hoy perdidas: la siembra, la siega, los herreros (ya apenas se cantan martinetes), y la carretería. Tampoco quedan mineros en las cuencas murcianas.

Todo eso habría pasado al olvido si en un momento dado Juanito Valderrama no nos castigara seriamente advirtiéndonos que ciertos géneros de la música tradicional vinculados al flamenco como los cantes mineros se estaban perdiendo por falta de interés tanto de cantaores como de investigadores y promotores musicales. Y es que esa música forma parte de la historia de esta tierra.

Hay que recorrer las sierras mineras y repasar las crónicas para entender que eso no surgió por un capricho estético sino del grito de quienes vivían al límite todos los días esperando que no sonaran las sirenas de alarma o que no se produjera una explosión no prevista. En aquel tiempo de la minería había que trabajar con dinamita para abrir nuevas galerías, y hubo algún empresario que vendía como buenos barrenos defectuosos, y también las mechas que los activaban, y era imposible predecir si iba a dar tiempo a salir corriendo antes de la explosión. Hubo cientos de muertos por esto. Y esos cantes son un pequeño recuerdo de aquello.

Pensémoslo cuando escuchemos unas mineras.