-Pues he leído tus nuevos relatos en La Opi -me dice- y tengo un par de preguntas.

Ya estamos. ¿No puede uno alcanzar una especie de ‘closing’ -o lo más parecido a ello- a una trampa mortal que en el tiempo dura ya ocho años y medio sin que futuras o presentes pretendidas vengan a preguntar? Bueno, sí, puede, imagino. Pero si publica dicho ‘closing’ en un periódico de tirada regional lo más normal es que suscite algún tipo de cuestión. En cualquier caso entiendo que pregunte, así que…

-Lo del segundo relato, ¿ocurrió realmente?- pregunta.

Vaya, esto sí que no me lo esperaba. 

-¿Que si a una tía le estalló la cabeza mientras me la chupaba en la Sala Rojas? -pregunto irónico. 

Puf. Forma horrible de ganar tiempo, pero es que me ha pillado en fuera de juego. Tampoco me sirve de mucho porque evidentemente ella contesta a continuación:

-No, que si una vez le pusiste los cuernos a una tía delante de todos sus amigos. 

Vale, Fafi. Ahora no te pases diez minutos intentando justificar aquello. Pese a que tenga justificación, claro. 

-El problema --empiezo- es que si me pongo a contártelo, esto corre el riesgo de volverse demasiado meta. 

-¿Y eso no está ocurriendo ya?

-No -digo mientras señalo con el dedo un punto a su espalda-, mira: en realidad nunca ha ido de esta conversación.

Tras ella, en pleno puerto, las decenas de bañistas que se agolpaban en la playa comienzan a correr. Los gritos no dejan lugar a las dudas, algo ocurre y no precisamente bueno. Ella mira sin mucho interés cuando del fondo marino, a unos cuatro o cinco metros de la orilla, una indescriptible abominación emerge gritando por sus decenas de bocas afiladas, repletas de dientes finos y afilados como cuchillos. 

-¿En serio? -pregunta mientras se gira a mirarme, levantando una ceja.

-¿Qué? -digo con mi mejor sonrisa canallesca, encogiéndome de hombros. -Lovecraft hacía mucho esa mierda. Dices ‘indescriptible’, ‘inefable’, ‘imposible de comprender para el ojo humano’ o cualquier mierda así y sigues con el relato. 

-Tengo más preguntas -dice.

Okey. Intento concentrar toda mi atención en ella y en responder sus preguntas con sinceridad. Es mi nuevo yo. Nada de intentar agradar todo el tiempo, solo la pura y cruda verdad. Claro que es difícil mientras a unos veinte metros una especie de monstruo comienza a partir por la mitad a los más lentos y se los va llevando hacia alguna de sus bocas completamente al azar. En serio, a lo mejor agarra las piernas de un cincuentón con el tentáculo de abajo a la izquierda y se lo lleva a una boca situada muy a su derecha. ¿Por qué hace eso? Es muy poco eficiente. Quiero decir, imaginaos que vosotros coméis por las orejas, ¿vale? ¿Lo lógico no sería comer con la oreja derecha lo que sujetas con la mano derecha?

-Pues a mí me suena a que fuiste un cobarde, la verdad, Fafi -me dice sin miramientos a la cara tras escuchar mi breve perorata sobre por qué ocurrió aquello.

Bueno, tiene razón y me imagino que la sinceridad debe ser completamente bidireccional. Pero no deja de ser una hostia para mi ego, que está siempre ansiando parecer el bueno de la película porque… ¿de que otro modo si no le iba a gustar? Suplicando agradar. Qué pesadilla. Pero, bueno, de eso se trata esto desde el principio. Nuevos planes, idénticas estrategias una vez más, imagino. Un policía que pasa corriendo a mi lado, empuñando una enorme metralleta, me dice: 

-Sí, eso, tú vuelve a citar a Nacho Vegas, tío, que nunca lo has hecho.

Me cago en todo, pero qué cojones. Levanto los brazos para protestar, pero los bajo rápidamente, avergonzado. Joder, he citado a Nacho Vegas hasta en el puto primer párrafo. Dos veces en un mismo cuento. 

Un par de helicópteros hacen explosión al chocar el uno contra el otro mientras nos alejamos de la heladería por las calles que conducen a la Plaza. No parece buen momento para andar por el paseo. Mucha gente corriendo y eso. Y la sangre, muy cortarrollos. Al final, otro día más, ella sigue sin explicar lo que ‘le pasó’. Ha hecho sus preguntas y ahora volvemos en dirección a su casa hablando de puta música. 

Hoy tampoco nos liamos. Creo que es la última vez que hago esto, pienso pegando pataditas a las piedras que me encuentro por el camino a mi casa. Es demasiado meta, macho.