Si hay un lugar emblemático de nuestra cultura y patrimonio este es el Teatro Romano de Cartagena con su magnífico museo anexo, el monumento más visitado de la Región. Allí me encuentro con su guardesa mayor: la doctora en Historia Antigua y Arqueología, profesora y académica, Elena Ruiz Valderas, de apariencia menuda pero una gigante que manda romana en la Cultura. Sabedor de la multitud de exposiciones y actividades de divulgación que organiza en el museo, hace unos años le pedí colaboración para una exposición de ArtNostrum sobre el mundo romano y cartaginés. Entonces aumentó mi admiración por su trabajo y profesionalidad. Los artistas de la muestra le presentamos el proyecto y le pedidos asesoramiento. Se había preparado a conciencia la reunión y allí mismo nos hizo unas proyecciones; le pedí si nos podía enviar algunas otras informaciones y al llegar a casa ya las teníamos en nuestros correos electrónicos. Todos aprendimos qué es eso de «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» y yo, personalmente, lo que es una persona eficiente y apasionada por su trabajo. 

Me dice Elena que agradece mi visita porque le permite hacer un descanso que de otra manera no habría tomado, salimos y me invita a una gloria bendita y una cerveza. Me confiesa que necesita ya unas vacaciones, que han sido año y medio muy duros a causa de la pandemia y que se ha tenido que entregar en cuerpo y alma (¿más?). En este tiempo «hemos sufrido una reducción drástica de las visitas al museo y, por consiguiente, de los vitales ingresos para nuestra Fundación». En lo que la conozco, sé que, pese a todo, aún en vacaciones se acercará de vez en cuando a darle vuelta a este maravilloso espacio anclado en el tiempo, entre el pasado y el futuro, donde pasa la mayor parte de su vida. 

Me habla de su infancia en el Colegio de las Adoratrices, de su bachiller en el Jiménez de la Espada y de sus estudios de Geografía, Historia y Arqueología en la Universidad de Murcia. Recuerda con cariño sus primeras excavaciones por toda la Región y en Cafrtagena, y cuando colaboró, junto a su marido, en museos arqueológicos como el del Cigarralejo. Eran tiempos de pioneros, cuando todo era un descubrimiento y todo estaba por hacer. Empezó a excavar en el cerro del Molinete y «aunque aún quedaban algunos lupanares activos en el barrio, ya entonces era un lugar mágico, con los mejores amaneceres y atardeceres del mundo». Se confiesa privilegiada por tener a sus dos hijos y por compartir la vida con otro apasionado arqueólogo.

Con sus ojos chispeantes me cuenta sus momentos más emocionantes: «Nunca olvidaré cuando nacieron mis hijos, ni cuando aparecieron los tres altares, o cuando me asomé y vi la primera cola de gente queriendo entrar a ver el teatro romano». Elena quiere recuperar fuerzas porque le rondan muchos proyectos en la cabeza y «no paro de pensar en las próximas excavaciones y ampliación del Teatro».