La nostalgia es». He escrito y borrado multitud de adjetivos que servían de recurso como comienzo del presente artículo. Pero no sé muy bien con cual quedarme. Creo que ante todo la nostalgia es, para mí, un chicle que ya no sabe a nada desde hace un buen rato pero que te resistes a dejar de mascar. Es una excusa para abstraerse del presente, para fantasear con que el pasado verano fue mejor que éste, pese a que el año pasado ya fantaseabas con lo mismo. Y el anterior. Y el anterior a éste. «La nostalgia es una excusa», sí. Me gusta. 

La nostalgia nunca te asalta sin avisar, eso es mentira. La nostalgia llama a tu ventana y, como dicta el mito, solo puede entrar a tu casa si es invitada. ¿Por qué le abrimos la puerta con tanto ánimo? Quizá nos solemos recrear en ella porque es una antesala fantasiosa de la tristeza que nos produce un extraño y morboso placer, pero más controlable que las crueles lágrimas de soledad de madrugada. La nostalgia es un calcetín roído que puedes quitarte si suena el timbre antes de tiempo. Es un frío falso que se marcha en cuanto cierras la ventana. 

Tan fantasiosa, tan irreal y obnubilante es la nostalgia que uno puede echar de menos el tiempo libre que tuvo el pasado invierno, cuando se calzaba tres películas al día, tardando un buen rato (pese a haberlo vivido) en reparar en el hecho de que calzarse tres películas al día era una forma de, precisamente, quemar esa indecente e insana cantidad de tiempo libre que te ahogaba y te aplastaba contra el sofá. Una forma de escapar de la nostalgia y dejar de mirar fotos y el techo recordando cuando uno no tenía tiempo porque sí hacía cosas. 

Supongo que acudimos a ella relativamente a menudo porque siempre tiene su poso de verdad. Nunca fuimos tan jóvenes y jamás volveremos a serlo. Eso es innegable. Hay algo placentero también en recordarnos más felices, más guapos y lozanos de lo que fuimos realmente. En olvidar (algunos) de los días de lluvia y lágrimas. A mí me reconforta, pues lo veo como una suerte de antesala del lecho de muerte, en el que, mientras esperamos su llamada, solo recordaremos lo bueno. Y no solo eso, si no que nos parecerá aún mejor de lo que fue. No sé a ustedes, pero a mí me parece genial, la verdad.