Aprendí el amor a Cuba con Alejo Carpentier, aquel Alejo Carpentier en el que primaba lo humano sobre lo ideológico. Cuando puso su arte al servicio del comunismo, lo dejé. Su Consagración de la primavera me pareció un bodrio servil al servicio del Régimen Cubano. Luego, rechacé visitar la isla. No me satisfacía enriquecer a la nomenklatura castrista. Y nada me gustaría más que visitar La Habana, con La Ciudad de las Columnas, una obra exquisita del maestro cubano, en las manos. No sé si lo podré hacer. Mi análisis sobre la creación literaria de Carpentier me valió sacar adelante mi Tesis de Licenciatura, en la Universidad de Murcia, en el 86.

La palabra comunismo es un eufemismo. Oculta su verdadero significado: Capitalismo de Estado. El más salvaje de los capitalismos. Toda la población es, obligadamente, trabajador de esa empresa, que, más allá de tener equipo de seguridad, tiene a la policía y al ejército para perpetuarse. No es comunismo, es capitalismo; el peor de los capitalismos.

Dice el ministro español de Consumo, comunista, que no hay razones para la revuelta en Cuba porque el Estado les da a los cubanos lo suficiente para vivir. Primero, quienes deciden qué es lo mínimo para vivir son los propios cubanos. Y, segundo, pedían Libertad, que es, realmente, el mínimo para vivir. Sin libertad no hay dignidad humana mínima. Para reprimir a los manifestantes, Castro III copió una vieja idea de un vecino. El Dictador haitiano François Duvalier, alias Papá Doc, copió de España, a los que Valle Inclán llamó ‘policías honorarios’, y luego en Centroamérica, ‘paramilitares’; me refiero a los Tonton Macoutes, paisanos que aterrorizan a los disidentes de su dictadura a palos y machetazos. Castro III ha renovado la idea. Cubanos civiles, bajo la protección militar y policial, palizando a otros cubanos.

Tres generales cubanos han fallecido sin que se sepa la circunstancia de su óbito. ¿Tres generales disidentes? Esclarezcan las circunstancias, y saldremos de dudas. Más de setecientos desaparecidos, y juicios sumarísimos sin defensa alguna, ni de oficio. Periodistas secuestrados directamente por la policía. Y hambre, miseria y pandemia desbocada. Los servicios médicos cubanos están tan obsoletos como la propia ideología bajo la que se esconde el régimen que supuestamente los mantiene. Tiritas, mercromina y amputaciones de guerra. La Enseñanza no es sino adoctrinamiento, desde primaria a universidad. Y ese es el panorama. Encima, nuestra moribunda democracia se avergüenza de llamar dictadura a ese régimen macabro y asesino, inhumano.

Por todo ello: ¡liberad Cuba!; desde dentro no pueden solos.