Padecemos un Gobierno social-comunista y nos espanta su programa político. Vemos cómo retroceden las libertades, se pisotean los derechos y se pretende perseguir al adversario hasta el punto de intentar meterlo en la cárcel por su distinta forma de pensar. Son manifestaciones de la violencia estructural propia del comunismo.

El comunismo y la violencia siempre van de la mano. Son ideas inseparables hasta la muerte. Se trata de un programa de odio infatigable contra las libertades y derechos naturales del ser humano, un rayo que no cesa, y que tiene como principal objetivo la conquista del poder para la destrucción de los valores de la civilización occidental.

El comunismo es un dispositivo perfectamente diseñado para ocupar el poder por medio de la violencia. Sin violencia, las posibilidades del comunismo se esfuman porque no es inclinación natural de los pueblos libres someterse a las dictaduras y arrogancias que propone el comunismo como estilo de vida política.

Hay cuatro formas de violencia propagadas por el comunismo a lo largo de su historia, que han perdurado hasta el momento actual: la violencia revolucionaria, la institucional, la social o cultural y la violencia política. El Gobierno central de Pedro Sánchez, en colaboración con las autonomías regionales, son los brigadistas de esta violencia criminal contra los españoles.

En primer lugar tenemos la violencia revolucionaria ligada a la toma del poder. Se define como el acto violento por el cual un grupo o clase social se despoja de la dominación de otra clase o grupo social y asume el mando. Es la imagen poética de la revolución, el pueblo en armas contra la clase dominante. Tiene la legitimación de la insurrección o guerra de los oprimidos contra los explotadores y sus aparatos políticos y militares. Esta violencia se ha practicado hasta hace muy poco en España, y todavía hay miles de víctimas y casos sin resolver. El Gobierno actual ha incorporado los frutos de esta violencia, integrando al partido de la ETA en la estructura y aparato del Estado.

En segundo lugar tenemos la violencia institucional, para destruir o corromper las instituciones que nos representan. Esta violencia se ejerce cuando el comunismo está en el poder. Se trata de contrarrestar la influencia contrarrevolucionaria de las clases dirigentes que, aunque pierdan las elecciones, siguen incrustadas en los aparatos del poder y sus agencias o terminales de dominación capitalista. Este periodo violento es conocido como la vieja dictadura del proletariado, que ahora se escenifica con leyes aplastantes y con el saqueo de las instituciones, la toma del poder económico y el judicial, el académico y el mediático, incluso con la apropiación política de bloques enteros del presupuesto público para fines partidistas.

En tercer lugar tenemos la violencia transformadora, no dirigida a destruir el Estado sino a penetrar todas las capas de la sociedad civil, hasta lograr que el ideario comunista sea hegemónico. Su forma primaria es la guerra cultural y se enfoca como una subordinación de la cultura a los objetivos políticos. No es la conquista del Estado sino de la conciencia de cada uno de nosotros. Es un tiempo de implantación del colectivismo en todas sus modalidades actuales, no tanto las anticuadas de colectivización de la tierra y los medios de producción. Se trata ahora de colectivizar todos los recursos naturales por medio del terror climático, las libertades civiles y políticas con leyes de memoria histórica o con imposiciones LGTB, la apropiación colectiva de la propiedad con impuestos y subvenciones, y la aniquilación de la familia como célula social básica por medio del aborto y la eutanasia. El objetivo es ir creando un mundo nuevo, con altas dosis de violencia, que implica no solo activismo callejero, reclutando incluso a inmigrantes ilegales que son funcionales para ejecutar el proyecto comunista, sino violencia por medio de cordones sanitarios y espacios seguros donde no pueda entrar ni siquiera la policía. Las universidades son el escenario preferido de esta forma de violencia o terror intelectual.

Finalmente, llegamos a la violencia política, que se proyecta en forma de purgas internas y ataques sin descanso al adversario hasta cooptarlo si es de izquierdas o aniquilarlo si es del otro bando. Se presenta esta etapa como una lucha entre dos formas de vida: la burguesa, afeada por el egoísmo capitalista e insolidario, y la vida superior comunista, adornada con ecologismo y feminismo. La violencia política se practica como una guerra total y se amalgama con las tres formas anteriores de violencia revolucionaria, institucional, y social o cultural. La palabra comunismo implica una violencia constante vinculada al ejercicio del poder y, por tanto, siempre arrastra una lucha para acabar con el enemigo real o imaginario.

Los cuatro tipos de violencia están entrelazados, unidos y son indistinguibles en el momento actual liderado por Pedro Sánchez y su gobierno social-comunista. Es el único en Europa de esas características, con agentes comunistas declarados en sus filas, y es el segundo que padecemos en España después del Frente Popular de 1936. No hay otra explicación para entender la obsesión por atacar los fundamentos de la Constitución española de 1978, deshacer los derechos y libertades que consagra y arrojar a los españoles de nuevo a las trincheras de otra época trasnochada y enmohecida. Es necesario acabar con esta violencia revolucionaria, política, social e institucional que el comunismo pone en todo lo que hace y que vemos claramente en el espíritu revanchista que anima la leyes de memoria histórica estatal y sus secuelas autonómicas.

No todo está perdido. Vox lleva dos años en las instituciones y los cambios están a la vista. El mensaje de Vox es un mensaje de esperanza para todos los españoles frente a la violencia comunista que sufre nuestra patria. Lucharemos todos juntos, lucharemos en unión con otras fuerzas de Europa. Vamos a reconstruir todo lo que destruyan los comunistas con su odio implacable y mezquino. Con ayuda del Apóstol Santiago, Patrón de España, hay esperanza para que prevalezca el bien común. El futuro pertenece a los patriotas.