Alguien que solo haya visto la última obra de Christopher Nolan, Tenet, pensará que es un director pretencioso, por no decir un palizas versión cinematográfica. Bajo el afectado disfraz de una típica película de ciencia ficción del subgénero ‘viajes en el tiempo’ y sus aparentes paradojas, emerge por más de dos horas una narrativa intrincada y aparentemente incomprensible. Que la crítica haya acogido la última película del director londinense de forma tan favorable solo añade dudas sobre si los críticos de cine son personas normales o pertenecen a una especie distinta de homínido que se caracteriza por despreciar al espectador corriente y concebir el séptimo arte como una ciencia arcana destinada a unos pocos elegidos.

Ahora que nos encaminamos casi todos a un período de merecido o inmerecido descanso, quisiera recomendar encarecidamente a mis lectores la visión ordenada y consecutiva de las tres obras maestras de este maestro del cine, solo comparable en el manejo del montaje cinematográfico y los tiempos narrativos a clásicos como David Griffith, Serguéi M.Eisenstein o John Ford. Me refiero, por supuest,o a Memento, Interstellar y Tenet, estrenadas en los años 2000, 2014 y 2020 respectivamente. Y sí, admito que Tenet es la peor de la trilogía y se sostiene más que nada por formar parte con las dos primeras de un todo coherente que nos ayuda a estructurar nuestra reflexión sobre algo tan inaprensible como el tiempo y su significado. Cuando alguien como yo ha cumplido muchos años y estás viviendo en el último cuarto de tu vida, el tiempo y su transcurso suponen un motivo de reflexión constante y toma en tu cerebro un lugar preeminente que solo puede compararse a las fantasías sexuales de la adolescencia y de la juventud. En vez de visiones de tetas y culos, a menudo te asaltan pensamientos de cómo será tu final y como te despedirás de tus seres queridos cuando llegue el momento. No es tan deprimente como parece, es ley de vida y así debe ser.

Memento es una historia en la que el protagonista, un magnífico Guy Pierce, ha perdido por accidente la memoria a medio y largo plazo. Y esto le ocurre en un contexto en el que tiene la urgencia de encontrar al responsable de un crimen del que ni siquiera tiene la certeza de no ser el autor. Siente la necesidad de descubrirlo porque sabe de alguna forma que se juega la vida en ello, pero al mismo tiempo no es capaz de interpretar de forma coherente la historia que la ha llevado hasta el momento presente y ni siquiera es capaz de proyectar las consecuencias lógicas de los acontecimientos del pasado que apenas recuerda. La situación neurológica del protagonista, descrita por la ciencia médica en una serie de casos reales producidos normalmente por accidentes físicos o cerebrales, le obliga a llevar un frenético inventario de lo que está haciendo, al tiempo que recibe mensajes elaborados por él mismo, tatuados en su piel en un momento pasado y cuya interpretación se le oculta por momentos.

Lo más estresante de la película es ver al resto de personajes de la historia, que sí conocen lo que está pasando y saben de la condición enfermiza del protagonista, tomando ventaja de ella para sus propios fines, que tampoco el espectador (aquejado de la misma pérdida de memoria que afecta al protagonista por decisión del director) es capaz de entender. No es una película para los débiles de espíritu. Yo acabé como un manojo de nervios la primera vez que la vi. A la segunda se me empezó a aclarar la niebla y a la tercera conseguí fijar algunas claves que no estoy dispuesto a compartir con nadie que no la haya visto. Ojalá pudiera gozar como la primera vez.

De los nervios de Memento a la tranquilidad cósmica de Interestelar, la segunda película de la trilogía, magníficamente protagonizada también, en este caso por Matthew McConaughey y Anne Hathaway. En esta ocasión, la dimensión del tiempo no es neurológica como en Memento. Aquí el tiempo se nos muestra en toda su elasticidad y su maleabilidad en el contexto de la relatividad de Einstein. Lo mejor con mucho de la película son las frenéticas escenas del rescate de una sonda enviada previamente para detectar un viable para la emigración en masa de la Humanidad huyendo de la imparable degradación de nuestro planeta. La sonda está inservible y el pionero que la pilotaba ha desaparecido en combate, pero la cercanía a un agujero negro masivo hace que el tiempo en el planeta transcurra mucho más rápido que en la nave nodriza, donde ha quedado un piloto de reserva que les acoge de vuelta consecuentemente envejecido. De esta forma podemos visualizar en la práctica la paradoja de los gemelos en la teoría de la relatividad de Einstein repetidamente confirmada por varios experimentos incuestionables. Esta circunstancia es aprovechada por el director para inyectar emoción a la película en un momento clave de la narración. El resto del film, incluido su dramático final, es solo un conveniente acompañamiento de estas fascinantes escenas nucleares.

Y por último, Tenet, a la que ya me he referido como la más floja de la trilogía, aunque de otra forma sea probablemente la más interesante. Aquí Cristopher Nolan se recrea en una característica del tiempo que, no por obvia, resulta menos curiosa: el tiempo transcurre siempre en una sola dirección. La constatación de esta evidencia podría amargar la vida de un acendrado fanático de la ciencia ficción y de los viajes en el tiempo como yo. Pero eso no detiene a Nolan, sino todo lo contrario. ¿Qué podrían hacer los malos si tuvieran el control de la causalidad y pudieran revertirla, jugando con ella a su antojo? ¿Te podría matar una bala antes de salir de la pistola? No me extraña que después de ver Tenet haya gente que afirma que le ha estallado el cerebro.

De momento la he visto solo un par de veces y me he quedado con una ligera idea de qué va, aunque no he conseguido hilar la narrativa de más de un par de escenas al mismo tiempo. Creo que, al contrario que las dos películas anteriores, me va a costar verla más de tres veces, e incluso más de cuatro. Tengo asumido que el arte es largo y la vida es breve.

Feliz verano del 2021, cinéfilos.