Coloquialmente y de forma despectiva se llama así a un libro o legajo de gran volumen y peso, irregular y deforme, de escaso o nulo interés. De forma más amplia designa hoy, especialmente en países hispanoamericanos, a un objeto grande, muchas veces viejo y de poco valor, que también es llamado ‘armatoste’: un estorbo. Tiene su origen en la palabra griega mammóthreptos (literalmente ‘criado por su abuela’), y hacía referencia a los niños que crecían rollizos porque sus abuelas pensaban equivocadamente que la sobrealimentación era beneficiosa para su salud. 

En la Edad Media se dio el paso al significado que actualmente conocemos referido a aburridos libros de enorme tamaño. Guarda cierta similitud con la palabra alumno (literalmente ‘alimentado’), que proviene del verbo latino alo (alimentar), de donde también procede ‘alma’ (la que nutre, particularmente en el latinajo alma mater para referirse de un modo especial a la Universidad, que nos procura alimento intelectual), y ‘alto’ (de altus, alta, altum), que no se limita a medir la altura (otro término derivado de la misma raíz), sino también la profundidad, y que suele acompañar a las referencias marinas en escritores clásicos, acepción que se conserva en ‘alta mar’ (zona marítima alejada de la costa).  

En definitiva, las abuelas griegas de antaño -y muchas de no hace tanto- no tenían en cuenta aquello de que «lo importante es crecer a lo alto y no a lo ancho», como rezaba el lema de Nutribén criticado por gordófobo, y presumían orgullosas de sus rechonchos nietos.