Reconozco que me gusta mi nombre, aunque no siempre fue así. Ya saben lo complicada que resulta, a veces, la adolescencia y lo ‘creativos’ que pueden ser los niños con los motes. Sin embargo, cuando logré dejar eso atrás y reparé en algo que había estado escuchando toda mi vida cuando se mencionaba mi nombre («Como Santa Mónica, madre de San Agustín) descubrí la historia que había detrás de mi onomástica. Su celebración es el día 27 de agosto y a ella se encomiendan muchas madres que desean fortaleza o consuelo ante sufrimientos o conflictos con los hijos. Santa Mónica destacó por su enorme tesón y constancia para conseguir la ‘conversión’ de su hijo que, durante algún tiempo, llevó una vida bastante disoluta. Y aunque la muerte la sorprendió en Ostia cuando planeaba su regreso a casa con un Agustín ‘converso’, lo hizo, por fin, descansando en paz. Pero en este propósito famosas fueron sus muchas lágrimas por lograr aquel anhelo.

Hoy día, y ya desde mi perspectiva como madre, compruebo que hay poco en el mundo que pueda penar más que el dolor relacionado con un hijo. Y aunque ya he podido experimentar algún episodio así, gracias a Dios por situaciones que no resultaron gravosas, soy consciente de que aún me quedará mucho por llorar. Además, esta condición, la de madre, también me ha ‘regalado ’ una dimensión más de sensibilidad que estimula mis lágrimas, quizás con mayor ligereza que en otro tiempo.

Mis lágrimas viajan en patera, acampan en campos de refugiados soportando frío y calor, mis lágrimas las provoca el hambre y las imágenes de niños abandonados a su suerte. Mis lágrimas asoman por otras lágrimas más pequeñas, más inocentes. Porque es humano llorar al ver el dolor de los demás, y debería ser normal. Lo que no es normal es que tengamos que llorar por niños asesinados por las manos de quien los deberían cuidar. No es normal que un joven pierda la vida por no ser como los demás, acuchillado por la espalda y a traición. Y desde luego no es normal que alguien muera entre gritos de ‘maricón’ de una brutal paliza. Eso sí que no es humano y, desde luego, no es normal.

Hay cosas que siempre nos harán llorar pero, sinceramente, creo que necesitamos un cambio profundo en la sociedad que destierre los llantos por falta de humanidad. Y es que, cada ser humano es hijo de alguna ‘Mónica’ que ha llorado y llorará por él.