Miedo cerval (intenso y nervioso, como corresponde a los ciervos, animales asustadizos por excelencia) que hace que se nos erice el vello (del latín horreo: poner rígido o erizar), o, como se dice coloquialmente en distintos idiomas, se nos ponga piel o carne de gallina —así en español y en francés (chair de poule), por ejemplo, mientras en italiano y en inglés es de oca (pelle d’oca y gooseflesh o goose bumps). Llamamos horripilante, y también espeluznante, a lo que nos causa temor; en este segundo adjetivo, compuesto del prefijo ex- con el significado de ‘hacia fuera’, del sustantivo pilus (pelo) y del verbo lacerare (hacer pedazos, sufrir o hacer sufrir…) se describe del mismo modo idéntica reacción. El miedo pone en marcha resortes que actúan a guisa de mecanismos de defensa, y el reflejo pilomotor, o la piloerección (horripilation en inglés) está presente en ciertos animales, como los puercoespínes o los erizos, que se defienden de depredadores gracias a él. Su función originaria se conserva en el ser humano a manera de vestigio transformada en exteriorización psicosomática, ya sea como síntoma de algunas enfermedades, como respuesta al frío (ya que las fibras musculares responsables de esta reacción, conocidas como ‘horripiladores’, se contraen, activadas por el sistema nervioso simpático, y proporcionan al cuerpo termorregulación), al reaccionar a un estímulo sexual, recordar emociones, escuchar cierta música, ponernos mentalmente en la piel de otro, arañar una pizarra con las uñas accidentalmente, o en relación con la fealdad, como denotan ‘horrendo’ u ‘horrible’.