Junto al terrorismo yihadista y la desigualdad, sin duda es el cambio climático el principal de los retos con que se enfrenta la humanidad desde este primer cuarto del siglo XXI. No es exagerado, no lo duden. Los picos de calor y los extremos climáticos nos muestran con crudeza cómo va a ser el futuro, e incluso cómo está siendo ya el presente.

Es tanta ya la certeza científica, son tantos los indicios, los datos, los informes, las pistas y las comprobaciones, que sería suicida no encarar en serio las causas que harán del calentamiento global el factor que en las próximas décadas más problemas nos va a generar a todos a escala planetaria. A todos, repito. En cualquier lugar y a cualquier escala. A ricos y pobres. A países del norte y del sur. A zonas costeras e interiores. A algunos de forma más obvia (pobres, del sur y costeros, para no variar), y a otros de manera más indirecta. Pero en cualquier caso siempre de forma clara, evidente y drástica.

En este escenario, y con un año de retraso por motivo de la pandemia de Covid 19, la nueva Cumbre Mundial del Clima ya tiene fecha. Se trata del encuentro número 26 de la Conferencia de la Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas contra el Cambio Climático que parece que por fin se celebrará en Glasgow (Escocia, Reino Unido) del 1 al 12 de noviembre del 2021.

En noviembre, por tanto, dirigentes de todo el mundo se reunirán e intentarán, una vez más, avanzar en los acuerdos y las políticas que ya andan en marcha y que sirvan para frenar el calentamiento global. En la reunión, estoy seguro, se mostrarán otra vez los enormes intereses que hay en juego y que dificultan los avances, y se escenificarán, reiteradamente, las escenas clásicas de la política, de la imagen, de las diferencias norte sur, de los vasallajes económicos a las grandes corporaciones, de la valentía de unos pocos y del exagerado conservadurismo de muchos.

Sin embargo, esta reunión de Glasgow tiene factores que permiten ser algo más optimistas. Por una parte, el compromiso evidente de la UE con los avances rápidos, como muestra su reciente acuerdo para poner fecha final a la fabricación y venta de coches no eléctricos. Y por otra, el hecho de que, ahora sí, se percibe que la opinión pública mundial está movilizada y que el acuerdo ciudadano en cuanto a la necesidad de actuar por el clima es prácticamente unánime.

Por eso creo que ahora sí que toca, y que los dirigentes mundiales y las grandes empresas que se verán las caras en Escocia deberán de responder en serio al reto planetario. Y para eso tiene que continuar la presión global de la opinión pública, desde la local a la planetaria, para obligar a los poderosos a que trasciendan de las palabras a los hechos.