El Perico intentó destruir el mundo cuando murió Lou Reed. A mí me parecía bien. Era beberme cuatro y empezar: «¿Cómo vamos a vivir sin él?». Mi amigo me apartaba y respondía: «Ese gilipollas nos está mirando mal». Había que verlo. Fiel a nuestra generación, no consigue lo que quiere, pero, en el camino, deja noches para el recuerdo.

Jueves. Sala B. Nosotros y el dj. El Perico le calienta la oreja. El otro agacha la cabeza. Mi amigo vuelve renegando: «No pone música inglesa y le da igual que Lou Reed fuera americano». Arriba sí ponían música inglesa. Subimos. Una pareja en una esquina, otro dj. De fondo, Mi realidad. Parecía que Vicious no sonaría nunca más. «Este quiere jodernos», dice el Perico, de camino a la cabina. Nos echaron al minuto. 

Todo cerrado. Doblamos la esquina y llegamos al Tabú. Por qué no. Nos envuelve una versión bachatera de Corazón latino. Riquísimo. Alguien dice: «¿Quiénes son ustedes?». Giramos, el Perico en guardia, y vemos a un tío sonriendo como Yerry Mina. «¡Soy Ervin, muchachos!». Y ya está: mejores amigos. Ervin montaba escenarios. Nos contó el trajín que era levantar el de U2. «40 tráilers sin contarlos a ellos», dijo, y yo imaginé a Bono correteando desnudo en un remolque. 

El cabrón se caía. Sollozaba. Echaba de menos a su ex. Nos enseñó el contracambio, baile consistente en caminar sin desplazarse durante tres golpes y al cuarto, cuando gritaba «¡contracambio!», alterar el orden de los pasos. Nos echaron. Ervin dijo que era su culpa y nos invitó a ver a U2 en Sevilla. «Si no van, les parto las piernas», advirtió. Me apunté su número. Salió el sol. 

Perdí su móvil. Volvimos al Tabú. Nadie lo conocía. Fue imposible expandir el contracambio: nadie le veía la gracia. Han pasado algunos años. El Perico sigue siendo un mitómano. Una Nochevieja me suplicó que viéramos goles de Raúl hasta desfallecer. Todavía se emociona cuando cuatro zagales suenan a la Velvet. Instauró una tradición. La última vez que pedí una de Lou Reed fue en un garito Mazarrón. La peña con bolsas de aseo. Los únicos que no íbamos a crossfit, mi novia y yo. «No tengo», dice el dj. «¿Y de la Velvet?», pregunto. «¡Remember sí!», y estalla Chiquilla. A María casi le da una embolia de la risa. Estuve a punto de gritar «¡Contracambio!», pero a veces hay que callarse.