A menudo suelo hacerme esta pregunta: ¿Se debe considerar a los cuñados como familia? No me harto de preguntármelo desde hace un tiempo, cuando compré unos zapatos que me enamoraron por la dulzura de su piel y su comodidad. Unos guantes. Reconozco que fue error mío el olvidar el número de pie que gasto y pedirle al zapatero el 41, cuando gasto el 42 (según mi legítima, cada día estoy más tonto). Tras dos días de una presión insufrible, de no poder dar un paso, decidí aparcarlos debajo de la cama y continuar usando los viejos. ¡Estaban impecables! En eso, que recibí la visita de mi cuñado Perico y, de pronto, el Señor me iluminó. ¿Qué número de pie gastas, Perico? Cuando oí el 41, vi el cielo abierto. Le hice probarse los zapatos (se pueden considerar nuevos, a estrenar) y, tras recorrer el pasillo con ellos, exclamó «¡Unos guantes!». ¡Son tuyos! le dije sonriendo, cerrando el trato; eso sí, después añadí que se los vendía por el mismo precio que me costaron, sin ganarme nada en la transacción… Perico salió de mi casa con los ‘guantes’ puestos y sus zapatos viejos en una bolsa de plástico. Ante mi insistencia de que me abonara los 50 euros que me costaron, respondió: «Date por pagado con el hecho de que te haya quitado un enredo de debajo de la cama». Vuelvo a la pregunta del principio: ¿Se debe considerar a los cuñados como familia?