El terremoto de la moción de censura nos trajo paradójicamente un Gobierno más fuerte con acrecentados apoyos parlamentarios y una coalición en el Ejecutivo que ya no era entre partidos, sino con allegados y reconciliados. En apariencia, el partido que había perdido las elecciones, pero sobrevivía en el poder mediante un pacto volátil con Cs, se robustecía con una mayoría absoluta y un equipo de Gobierno concentrado alrededor de López Miras, convertido inmediatamente en vitalicio con el cambio de la Ley del Presidente más allá de lo pactado inicialmente para su reforma con Cs.

Sin embargo, a los grandes terremotos les suelen suceder réplicas, de modo que nunca terminamos de saber cuándo ha concluido la convulsión. Un día nos desayunamos con la dimisión del consejero de Hacienda, Javier Celdrán, el hombre que debía gestionar los fondos europeos, revalidado en su cargo tras la moción de censura, aunque con importantes amputaciones de poder político.

La espantada se escenifica en un aparte con el presidente minutos antes de iniciar un Consejo de Gobierno, tras el cual el protagonista comparece en rueda de prensa para anunciar su retirada ‘por motivos personales’ y los mentideros ponen de inmediato sobre la mesa el nombre de su más natural sucesor, Luis Alberto Marín, su número dos en la consejería. Pero para que el pronóstico se cumpla todavía ha de transcurrir más de medio mes y, mientras, Celdrán, quien tanta prisa tenía por marcharse, sigue ejerciendo de pleno derecho, con lo fácil que sería enviar su cese al Boletín Oficial y que se hubiera hecho cargo de su departamento el consejero que le correspondiera según el protocolo de prelaciones entre los miembros del Consejo. A la hora en que escribo, tras que a mediados de semana se hiciera público que Marín lo sustituiría, todavía no se ha hecho oficial el cese de Celdrán ni, por tanto, el nombramiento para el cargo de su secretario general. Dicen que éste tomará posesión mañana. Dicen. Pero para que eso ocurra, el BORM debe echar humo en pocas horas con la publicación de los preceptivos decretos de cese y nombramiento.

¿Qué ha pasado en este entreacto? ¿Qué motivos retenían el sí de Marín? ¿A cuántas otras personas se les ha ofrecido infructuosamente el cargo? ¿Por qué no se ha solucionado a estas horas una crisis tan sencilla como el recambio de un consejero, que anunció hace veinte días su dimisión en rueda de prensa? Podría suponerse que la clave está en la chapuza de la previsible adjudición a Secuoya de la televisión autonómica en el concurso ad hoc publicado con inexplicable e inexplicado retraso que ha conllevado numerosas y millonarias prórrogas en favor de la adjudicataria anterior, la empresa dirigida por Antonio Peñarrubia, marido de la secretaria general de Presidencia con rango de consejera, Mar Moreno, adscrita ésta además al departamento gestor del concurso. Pero Marín era el número dos de la consejería de Hacienda y, por tanto, corresponsable de este anunciado tocomocho, aunque pudiera ser que para aceptar el liderazgo de la consejería haya querido desprenderse de esa competencia para trasladarla a la de Presidencia, la de Marcos Ortuño, que pasaba por aquí. Lo que se llama quitarse el marrón como condición para aceptar el cargo.

Unos entran, aunque sea a empujones, y otros salen. A la misma vez que se anunciaba la aceptación de Marín para Hacienda, dimitía, también por ‘motivos personales’, Esperanza Moreno, jefa de Gabinete de la Presidencia, donde fue recolocada tras su desalojo de la consejería de Educación y Cultura, pues los nuevos pactos tras la moción de censura requerían que ese espacio fuera ocupado por la exVox Mabel Campuzano. Ésta, que es una aparente ‘no política’, pero más lista que el hambre, y con un extraordinario sentido de la percepción, ha comentado que «Esperanza Moreno no ha dimidido del Gabinete de la Presidencia sino de controlarme a mí». En efecto, parece que esa era una de las funciones implícitas del cargo de Moreno: vigilar a su sustituta para evitar que la consejería de Educación se convirtiera en un foco de conflicto con decisiones extravagantes. El propio presidente, López Miras, dijo públicamente poco menos que el nombramiento de la consejera exVox estaba condicionado a la ortodoxia de su Gobierno, es decir, de la facción PP del mismo. Pero Campuzano, que es una outsider metida en el cogollo de los poderes legislativo y ejecutivo, se las sabe todas: no es un prototipo de Vox, pues tras su experiencia en ese partido, desprecia cuanto Vox significa, y sabe nadar y guardar la ropa, es decir, acepta las reglas, pero a éstas añade las suyas propias. No la van a pillar en falta y aceptará lo que ella misma denomina jocosamente un ‘pin parental descafeinado’, pero tampoco va a renunciar a aplicar ‘soluciones técnicas’ a algunos asuntos, como el del transporte escolar, que hasta ahora se venía sobrellevando con ‘soluciones políticas’. No dejará de ser un quebradero de cabeza para el presidente, pero en el fondo le resolverá problemas que un consejero estrictamente del PP ni abordaría. López Miras se quedó estupefacto cuando constató que la dimisión (otra réplica) del director general de Formación Profesional se había resuelto con la distribución de sus competencias entre otros dos departamentos. Pánico inicial del presidente, pues sería previsible que la oposición denunciara la escasa prevalencia de la FP en el staff de Educación, pero por otro lado podía venderse como una reducción de cargos sin pérdida alguna de la dedicación a esta rama educativa.

Pero volvamos a la dimisión por sorpresa de Esperanza Moreno como jefa de gabinete de Presidencia. Se puede localizar un cierto paralelismo con la dimisión de Javier Celdrán. Tras la moción de censura ambos perdieron poder: él, la consejería de Presidencia; ella, la de Educacion y Cultura. A él se le vendió que gestionaría los fondos europeos (cosa que, en cualquier caso, le habría tocado hacer como consejero de Hacienda), y a ella que tendría un papel esencial en el diseño de la estrategia del Gobierno de la mano del nuevo titular de Presidencia, Marcos Ortuño. Pero no debe ser fácil pasar de consejera a jefa de Gabinete de otro consejero. En las empresas privadas se suele evitar ese tipo de ascensos/descensos, porque en la práctica resultan contra natura. El que ha mandado no se somete fácilmente a ser mandado.

Aparte de esto, la labor implícitamente encomendada a Moreno era una misión imposible. Primero, controlar a Campuzano en Educación, a sabiendas de que ésta lo sabía (¿cómo no lo iba a saber si, como digo, lo admitió el propio presidente?), y muy cuca, como es la exVox, hasta se adelantaba a pedir consejo a su antecesora, le hiciera después caso o no. Segundo y principal, ir reduciendo el poder de Mar Moreno para concentrar en Ortuño el conjunto de la estrategia política del presidente, pero Moreno, a pesar de que ha perdido el paraguas de Celdrán, es una stajanovista que lo controla todo y en cuestiones de régimen interno manda más que el propio presidente, que no osa replicarle y le dice sí a todo, a sabiendas de que su secretaria general está muy protegida por el lobby Martínez Pujalte, que en su día peleó en favor de la elección de Casado como líder del PP. Digamos que en el pulso entre las Moreno, ha perdido Esperanza. ¿Y también Ortuño? ¿Una victoria políticamente póstuma de Celdrán sobre su sucesor en Presidencia?

En resumidas cuentas, todas estas idas y venidas sugieren los efectos de la obsolescencia programada. Cuando se te rompe la lavadora te advierten que repararla te puede costar tanto como comprarte una nueva, y que si optas por lo primero no te vas a librar de sucesivas incidencias. El Gobierno de López Miras salió reforzado de la moción de censura, pero no ha quedado demasiado flamante. La prueba son estas sucesivas réplicas que indican la existencia de profundas averías internas.