Hasta ahora, tanto con José Enrique Serrano, jefe de Gabinete de Felipe González y de Rodríguez Zapatero (el que más tiempo ha ejercido el cargo), como con Carlos Aragonés, que tuvo la misma función con Aznar, o incluso Jorge Moragas con Rajoy, el jefe de Gabinete era alguien no muy conocido, que quería salir poco en los medios, y cuyo papel era el de discreto enlace entre el presidente, los ministros, el partido y, en su caso, otras organizaciones. El jefe de Gabinete resolvía asuntos (o intentaba hacerlo), pero era más un oscuro actor secundario que una estrella.

Iván Redondo ha sido todo lo contrario. Era un eficaz asesor (había triunfado en las campañas de García Albiol en Badalona o del PP de Monago en Extremadura) que es nombrado jefe de Gabinete tras la llegada de Sánchez a la Moncloa y que, con su apoyo, se convierte en un protagonista político con más autoridad que muchos ministros y dirigentes del PSOE. Más en un subjefe que transmite órdenes, que no genera buenas relaciones o complicidades y que es más temido, por su proximidad y acceso al jefe, que apreciado.

Quizá como le pasó a Soraya Sáenz de Santamaría con Rajoy. Pero a diferencia de Soraya, Iván Redondo no era ni vicepresidente (había cuatro y una era vicepresidenta política) y no pertenecía al partido, sino que era antiguo colaborador de dirigentes del PP. Dicen que Soraya perdió las primarias del PP por haber generado más temor que aprecio, y Redondo ha perdido el apoyo presidencial porque, sin ser del PSOE, le ha sido difícil tener autoridad moral sobre los ministros y Ferraz.

Al final, Sánchez ha llegado a la conclusión de que un jefe de Gabinete todopoderoso y sin empatía no funcionaba. Redondo llegó a acumular mucho poder porque es un buen asesor y su ayuda fue clave en las primarias socialistas, en la moción de censura y en las elecciones. Pero una cosa es ser eficaz en las estrategias y en las campañas electorales (Pedro Arriola lo fue con Aznar y Rajoy) y otra ser uno de los mandamases del Gobierno.

Un presidente no puede estar solo pendiente de la imagen y de las consecuencias electorales de sus decisiones. A veces, al menos algunas veces, la prioridad al gobernar es saber tomar decisiones difíciles. Y en este delicado asunto, los vendedores de imagen no son infalibles.

Confundir ser jefe de Gabinete con vicepresidente para todo, y creer que la imagen y la propaganda son lo único importante, han sido los dos fallos de Iván Redondo. Al final, Pedro Sánchez ha decidido que en la última parte de la legislatura necesitaba un Gobierno más ordenado y mejor coordinado. Y que el jefe de Gabinete debía ser más un miembro de la orquesta que un destacado solista, o que el propio director.

Sobre todo si la música (el minuto con Biden o la relación con la presidenta de Madrid) no había sido aplaudida.