Ahora que estoy siguiendo el festival de Cannes, me he dado cuenta de que, aquí donde me ven ustedes, yo soy cinéfilo, de toda la vida, desde mi más tierna infancia. De hecho, cuando era un crío, mi gran ilusión de los domingos era tratar de conseguir las 2.10 pesetas (dos pesetas, diez céntimos) que costaba la entrada de ‘general’ en un cine. A lo largo de toda la semana buscaba cómo reunir ese dinero, por ejemplo, ofreciéndome a las vecinas para hacer ‘mandados’, así que, cuando salía del colegio, llamaba a algunas puertas y preguntaba si les hacía falta algo de las tiendas. A menudo me decían que sí y eso suponía una propina de un real (25 céntimos) o dos reales, si había cash en la casa (a alguno lo de los ‘reales’ les sonará a Edad Media, pero no, les hablo de los primeros tiempos del franquismo, que eran muy parecidos a la Edad Media, eso sí). Mis padres me daban algo también, aunque muy poco, que no estaba la cosa para grandes dispendios, y, juntando todo eso, me iba a esa ‘general’ de la que les hablaba, donde estábamos cientos de ‘cinéfilos’, en unos escalones de madera sin respaldo, separado del de al lado por el pie del de detrás; había también platea y butacas de patio, pero ahí solo iban los ricos y los novios, si ya estaban ‘colocados’ y ganaban dinero (observen ustedes la diferencia de significado del término ‘estar colocado’ de antaño, ‘tener un trabajo’, con el actual). No había aire acondicionado, por supuesto, y en verano sudabas como un pollo, pero, si eras cinéfilo como yo, lo que importaba era la película. Fue la época de las pelis de indios, de piratas, de cine español de risa, dicho esto en todos los sentidos.

Más tarde, en mi juventud, también vi mucho cine. Recuerdo un verano de los años sesenta que un buen amigo y yo decidimos que íbamos a ir a los cines de verano todas las noches, y así lo hicimos. Cuando llegó septiembre habíamos visto una cantidad tremenda de películas, desde luego, alrededor de 100, porque en los cines de verano, que había varios en las ciudades, daban dos películas y las cambiaban casi a diario. Llevábamos un bocadillo y en la cantina comprábamos una botella de agua y pipas. Las noches eran frescas y allí viendo películas se estaba de maravilla. Esta fue la época de cine con más entidad, con películas de guerra bien hechas, de amores con besos sin abrir las bocas, también de musicales y dramas inolvidables cuyos títulos no voy a poner aquí porque para qué.

En los setenta comenzó el cine de Arte y Ensayo, que, como dice un buen amigo mío, ‘a menudo las películas tenían más de ‘ensayo’ que de ‘arte’’. Normalmente los cines donde se daban estas películas estaban en los suburbios de la ciudad, o sea que podías ver Enmanuelle en un cine normal, -porno blando- pero, para ver El largo viaje de un día hacía la noche tenías que ir a uno de esos otros, inhóspitos, incómodos y con un frío en invierno que dabas diente con diente. Todavía me acuerdo del escándalo que fue Padre padrone, una película italiana en la que se veía una escena de zoofilia la mar de sorprendente, y había un crío al que el padre le pegaba unas palizas tremendas. Ya les digo, ‘cine de Arte y Ensayo’.

Más adelante en el tiempo, y ya casado por la iglesia, tomamos la costumbre de ir al cine todos los domingos con unos amigos, y habíamos decidido que los hombres teníamos que acudir vestidos con la misma ropa que hubiésemos llevado el fin de semana para estar en casa, que solía ser un chándal o algo peor y que nuestras mujeres fueran como quisieran, que era mejor. El caso es que cuando nos encontrábamos con alguien conocido nos miraban con cara rara, a mí menos porque, al ser pintor y eso, pensaban que era más normal, pero cuando veían a mi amigo, que tenía una profesión de esas muy serias, la gente se quedaba de piedra.

En estos tiempos que nos corren a gorrazos, he dejado materialmente de ir a las salas debido a la maldita pandemia, pero veo más cine que nunca en la televisión, que, por cierto, cada vez compro televisores con la pantalla más grande, hasta el punto que voy a tener que tirar tabiques en mi casa para que quepan, y estoy suscrito a toda clase de plataformas. Es un hobby caro, pero, al ser cinéfilo, no tengo otro remedio.