Julio es el mes por excelencia de los campamentos. Hasta mi padre recordaba los que hizo, en sus tiempos mozos. Cada vez que los recuerda, canta alguna o varias de las canciones que aprendieron entonces. Montañas Nevadas y cosas así. No lo puede disociar, le sale el recuerdo completo, a bloque. Yo también era una asidua, y desde luego el recuerdo es buenísimo.

Pero no te quería hablar de mi juventud. Qué lejana, Señor. Sino de cómo es el campamento desde mi punto de vista actual. O al menos de los padres de ahora, con los campamentos de ahora. Dudo mucho que mi padre, en sus tiempos de Montañas Nevadas llevase una lista de cosas necesarias, ni mucho menos que portase más de dos mudas. La maleta de mi hija Cristina corría serio peligro de explotar en algún momento de camino al autobús. Y todo mi temor era que le cupiera todo a la vuelta, una vez descomprimido. Aun así, prefería una maleta pequeña, aunque me costara meter todo ahí dentro. Me negaba a mandarla con esos maletones de algunas niñas, que parece que se lleven a un hermano dentro.

En realidad, creo que la lista que nos dieron, de cosas necesarias, está más pensada para los padres que para los hijos. Ella habría ido feliz con dos camisetas. De hecho, a la vuelta creo que saqué la mitad de la ropa de la maleta hecha un higo, pero con pinta de no haber sido usada.

Por supuesto, aparte de la ropa o enseres que se llevó en la maleta, también se llevó puestos todos los consejos y recomendaciones que le fuimos haciendo. Qué quieres, es la primera vez que se iba, y no la veía preparada.

Luego está el tema de las despedidas a pie de autobús. Desde que llegamos a la marabunta de padres y maletas revueltas con hijas, toda mi preocupación era que la mía estuviese integrada. Una vez montada, sólo quería ver con quién se había sentado. Imagínate el número, yo intentando ver, a través de cristales tintados, quién se había sentado al lado.

No te digo nada de las llamadas y de la comunicación mientras ha estado fuera. Cada día, Ana, la monitora que las llevaba, nos iba informando de cada cosa que hacían. Hoy piragüismo, ahora tiro con arco; en un rato, tirolina… a buenas horas mis padres iban a estar pendientes de lo que hacías ahora, o lo que venía luego. Menos aún, teniendo en cuenta la finalidad que, según mi madre, tienen los campamentos de verano, y es que están pensados, sobre todo, para que descansen y desconecten los padres. Luego, de paso, también para que los hijos echen de menos y valoren lo que tienen en casa. Con razón nos apuntaba tan contenta. Mi madre ha sido siempre una mujer muy práctica.

Pero si mi madre tiene razón en algo, es que los padres no sólo descansan de los hijos (Cristina, precisamente, es la que menos follón da) sino que los padres veamos, con nuestros ojos, que nuestra hija sobrevive sin nosotros. Que se hace la maleta a la vuelta sin dejarse nada fuera. Que no nos llama porque está muy bien, aunque yo la imaginase todo el tiempo llorando sola en un rincón. Que participaba en todas las actividades y que estaba feliz.

En otras palabras, que yo la mandaba para que se fuera haciendo mayor, y rompiese el cascarón, que se fuera desconectando de la nave nodriza, y lo que veo es que la desconexión, quien la tiene que hacer, soy yo. Qué descubrimiento.