El amor es una de esas cosas extrañas con las que uno puede pasarse toda la vida obsesionado en mayor o menor medida y marcharse de aquí sin apenas haber descifrado, ¿no creeis? La culpa (al menos cuando uno es adolescente) es un poco de Hollywood, de Baudelaire y de Sabina, aunque a partir de cierta edad no se tiene más remedio que coger el toro por los cuernos y reconocer que no deja de ser un tema tan fácil como magno y apasionante para un creador, pero que en la vida real es bastante más complejo. Desde aquellos obsesionados con difamar pestes del mismo y disfrazarse de solitarios que echan a los amantes a patadas tras la noche de pasión a quienes no pueden prescindir de los corazoncitos y las velas ni tan siquiera durante el espacio de dos meses (aunque ello implique cambiar de pareja romántica como el que cambia de móvil), hay mucha impostura con el tema para justificar que al final ninguno tenemos ni puta idea y no reconocer lo extraño que resulta despertarse un buen día y preguntarse quién cojones es realmente la persona que lleva siete años durmiendo en tu cama. 

A mí me ha pasado y, claro, de ahí el relato. Al final entre el yo te quise más o menos que tú a mí, el daño que nos hicimos o quién tuvo la culpa del primer error, la pregunta que más me ha obsesionado era la de quién narices eras. ¿Eras quién conocí y luego te convertiste en otra cosa (en parte por mi culpa) o acaso siempre fuiste más la segunda que la primera? ¿Acaso supiste quién era yo, si cuando quería extender la mano para tocar tu brazo y decirte que todo iría bien en aquellas noches de invierno al final acababa no haciéndolo? Si nunca llegaste a saber que al menos tenía la intención de hacerlo, no había manera de que supieses quién era o soy, ¿no? Supongo que al final el problema es que cuando uno está usando una máscara la mayor parte del tiempo, como yo hacía, es difícil creer algo diferente a que el resto también están usando las suyas propias. 

Creo que Pessoa diría de este asunto que vivir es aceptar que jamás sabré quién era esa chica castellana de letras que conocí una noche de cuarto menguante en una tierra que nunca tuvo la menor intención de curarme, ayudarme a buscarme ni, tan siquiera, reparar en mi presencia. ¿Por qué habría de hacerlo, no?