Se acabó el colegio, termina un curso que arrancaba con el miedo de todos, profes y padres miraban con vértigo e incertidumbre la vuelta a las clases presenciales mientras los niños estaban deseando volver a ver a sus compañeros y amigos, y menuda lección nos han dado. Profesores y alumnos se merecen un gran sobresaliente por el impecable esfuerzo y trabajo de este año tan duro, sin ser protegidos como merecían, sin recibir la vacuna como personal esencial y teniendo que esperar su turno en su franja de edad, nos han dado una lección.

Pero este curso no todos lo han aprobado. Nuestra clase política, lejos de progresar adecuadamente se va de vacaciones con un gran suspenso, necesitando mejorar mucho de cara al próximo curso

Antes de coger el flotador y la sombrilla sus señorías han tenido una semana intensa. Comparecía Pedro Sanchez para hacer balance de las últimas reuniones en Europa, y hablar de la situación económica y social en este momento pandémico, pero sin duda el tema estrella a examen, por parte de toda la Cámara Baja eran los indultos.

Para desgracia de muchos, lejos de que haya estallado un meteorito y que el país haya implosionado, no ha pasado absolutamente nada tras la salida de la cárcel de Junqueras y cía, para sorpresa de nadie.

He pasado por Colón y no he visto una grieta abriendo la tierra y fracturando el país en dos, ni nada por el estilo; la vida sigue, la pandemia también, y Pablo Casado sigue haciendo el ridículo, da igual cuando lean esto. Sus últimos hits, proponer la modificación del Código Civil, e incluir la obligación del cuidado de los hijos a los padres, cosa que ya figura en los artículos 142 y 143. O justificar el golpe de Estado de Franco, sin despeinarse. Qué nivel, en fin.

Sin duda, la noticia de la semana, parece de El Mundo Today, pero no lo es. Ayuso lo ha vuelto hacer, en su cabeza sonaba espectacular y en la de Toni Cantó, cuando vea su cuenta corriente, también. La presidenta de la tierra de la libertad, tira de nacionalismo madrileño montando la Oficina del Español, ese idioma oprimido y arrinconado en la Comunidad de Madrid. Ríete tú del Instituto Cervantes, no sé cómo hemos podido vivir todo este tiempo sin este organismo fundamental en nuestras vidas. Es obsceno como se ríen en nuestra cara sin despeinarse; ojalá Amparo Baró viniera a darles una gran colleja por la vergüenza que dan.

Si me permiten, esta semana no quiero hablar del bajo nivel político de nuestro país, de indultos ni de chiringuitos o de reformas de la Ley del Presidente. Hace unos días, casi rozando la madrugada, era jueves y mi tocaya Belén me llamaba por teléfono. Es de esas personas a las que no veo más de una vez al año y algunos ni eso, pero es de las que siempre está. Me llamaba desde nuestro rincón favorito del mundo, sentada, tomándose un vino desde el Arlequino, ese restaurante mágico de Mojácar en el que ha sido muy feliz junto a alguien que ya no está. Me llamaba porque acaba el curso y empieza el verano y con él vuelven los recuerdos; su voz sonaba entrecortada y me contaba cómo estaba preparando la segunda temporada de verano del restaurante, sin Juanjo, y como aún escuece.

Ha sido su cumpleaños, le habrían caído 53 años, de Vitoria aterrizó en Mojácar y a todos los que le conocimos nos hizo felices. Guardo un genial recuerdo de él, y al igual que los veranos van cambiando conforme nos hacemos mayores, desde que él se fue ese pueblo blanco al que tantas aventuras le debo, ya no ha sido lo mismo, como nosotros tampoco. Y eso también escuece.

¿Saben lo que pasa? Que nos morimos, que la vida pasa rápido, que de repente un día todo salta por los aires y dejamos de ser inmortales, la pérdida te golpea en el pecho dejándome sin respiración. Hay personas que se van demasiado pronto, dejándonos muchas cosas por hacer o decir, y escuece. Pienso en Belén y en cómo se aferra a su memoria, pienso lo que debe echarlo de menos, pienso en todo lo que les quedaba por hacer, pienso en lo que me cuesta pensar en la pérdida de un ser querido y no poder olerle o tocarle, con lo que me gusta a mí meter mano. Pienso en todo esto y se me olvidan los indultos y los puestos a dedo.

Noto que Belén me llama porque le hace bien hablar de él conmigo, y siempre acabamos riéndonos recordando las noches de verano de otros tiempos, porque lo bueno de todo es que hemos sabido vivir y disfrutar. Nos encantan las verbenas y las fiestas populares, no hubo un año que no moviéramos las caderas por San Agustín en la plaza de Mojácar. Lo recuerdo con sus botas de punta a finales de agosto, sus patillas, una camisa de manga corta con los jardares por fuera y el buda Pepe en la mano. Figurita de la suerte que sacaba a pasear a finales de verano como agradecimiento a la estupenda temporada que habían hecho.

Ojalá poder recuperar los veranos perdidos, aquellos días en los que éramos más jóvenes, más guapos e inconscientes, donde los meses de verano eran eternos y salíamos cada noche a vivir aventuras en un pueblo lleno de cuestas y de vida.

Estos días tengo muy presente aquellos veranos, hablar con Belén siempre me lleva a Mojácar y reencontrarme por casualidad con un gran amigo de la infancia me ha devuelto a las noches de verano y mecedoras en la puerta de casa de la abuelina.

Volver de día, comprar pan caliente o esperar a que abra la plaza para comer churros y meternos en la cama con toda la cogorza. Comer caracoles, el primer amor, el cine de verano, pasarme los días castigada, por lo buenísima que era. Las barbacoas y cantar More than words. O bailar agarrao Romeo y Julieta de Dire Straits en El Faro Verde. Levantarme a las dos de la tarde y desayunar una empanadilla y un vaso de gazpacho. Navegar con mi padre, ver a mamá volver del mercadillo con muchos ramos de margaritas que colocaba por todos los rincones.

En casa nunca hubo horarios, éramos de los últimos en bajar a la playa, me encantaba comer a las cinco de la tarde y salir corriendo para jugar al mus. Comer en un chiringuito, de los de verdad, no el de Toni Cantó, el Aku Aku, donde en más de una ocasión han visto al presidente del Gobierno comiendo uno de sus deliciosos arroces, les recomiendo el de puerros y gambas, y una botella de vino blanco que se llama Envidia Cochina, bien fresquita.

La vida pasa, no queda nada de aquellos veranos, nos hemos hecho mayores, muchos os habéis casado, habéis tenido hijos, las vacaciones ya no son eternas, y no aguantamos dos días seguidos saliendo hasta el amanecer. El tiempo no vuelve y hay personas que se han ido demasiado pronto. Nada volverá a ser lo mismo, ni nosotros lo somos, pero siempre volveré donde hemos sido felices. Para recordar, beber un vino, brindar por lo que ya no están y por aquellos veranos perdidos.