Nos las prometíamos muy felices este verano, pero el covid no ha desaprovechado nuestra estupidez para volver a someternos a la realidad de unas cifras que vuelven a preocupar, a asustar a más de uno y, sobre todo, a desesperarnos, porque no neguemos que la mayoría de nosotros ya empezábamos a dar al bicho por vencido, incluidos nuestros gobernantes, que nos permiten prescindir de la mascarilla desde hace una semana.

La verdad es que no las tenemos todas con nosotros, porque es verdad que algo nos hemos relajado, pero yo no he renunciado aún al tapabocas y la inmensa mayoría de las personas con las que me he cruzado por la calle tampoco. Y es que está el patio como para fiarse de las recomendaciones.

Ahora, la más temible es la variante Delta, que está causando el pánico en medio mundo en el que también se daba prácticamente por superada la epidemia. Aunque la indefinición, la falta de información y las noticias contradictorias nos hacen dudar de todo, parece que la vacunación, que ya ha cogido velocidad de crucero, es efectiva tanto para esta nueva y temida variante Delta, como para el resto de variantes que parecen haber pasado a la historia.

Para lo que jamás tendremos vacuna ni tratamiento alguno es para nuestras propias miserias y nuestra propia estupidez, una variante con la que deberíamos estar acostumbrados a contar, porque es posiblemente la más peligrosa y la que más desgracias y tragedias conlleva para nosotros mismos y para quienes nos rodean.

Llevamos más de un año debatiéndomos entre la necesidad de restricciones y la importancia de la libertad. Personalmente, me inclino porque las autoridades intervengan lo mínimo posible en nuestras decisiones, pero jamás debemos confundir la libertad con la potestad para hacer lo que nos dé la gana. Libertad es responsabilidad para hacer lo que debo hacer en cada momento y, desgraciadamente, serán muchos los que discrepan y piensen que la libertad pasa por guiarnos por lo que sentimos, por lo que nos dicte el corazón o por cualquier otra excusa labrada a base de topicazos y frases hechas con las que autojustificar nuestro egoismo, nuestra vanidad y nuestra falta de empatía.

El brote de Mallorca y el más cercano de Los Alcázares son para hacérnoslo mirar, porque una cosa es que todos tengamos unas ganas tremendas de disfrutar y otra bien distinta que perdamos la cabeza y acabemos de golpe con el pírrico esfuerzo y todos los sacrificios que hemos hecho hasta ahora. Por no hablar de los muchos que se han quedado en el camino.

Lo peor es que la variante de la estupidez puede que sea la más contagiosa y, además, somos muchos los que la padecemos de forma asintomática, porque ni siquiera somos capaces de detectar que la sufrimos. Y aunque pueda parecer que la juventud es la más afectada por esta infección de absoluta estulticia, deberíamos hacer un buen rastreo para comprobar que no es una cuestión de edad y que se expande como la pólvora.

Muchos pensamos que el covid ha cambiado nuestra forma de vida para siempre y que la normalidad, nueva o vieja, será distinta. Muchos pensamos que la pandemia también nos ha infectado la capacidad de aprender de nuestros errores y de valorar lo más preciado que tenemos. Ojalá sea verdad, porque si no, somos capaces de acabar con nosotros mismos.