Dos niñas son asesinadas por su progenitor (el término padre lo dejamos para quien se comporta como tal) y un sacerdote culpa a la madre por haber roto el vínculo familiar; incluso disculpa al asesino porque se le empujó prácticamente a ello. El ordinario del lugar, su obispo, le obliga a callar y lo suspende de funciones. Era lo mínimo que podía hacer. Sin embargo, hay un poso en nuestra Iglesia que lleva a algunos creyentes y a demasiados sacerdotes a culpar a la sociedad secularizada de los males que ocurren. La ruptura de los vínculos tradicionales, en los que las mujeres debían soportar las infidelidades de sus maridos o sus agresiones, y los maridos debían «aguantar el histerismo de sus esposas», es la causa de todos los males. El matrimonio indisoluble ha sido sustituido por un vínculo etéreo en el que el divorcio apenas cuenta, pues la mayoría de parejas no formaliza su relación legalmente.

El último dato del Instituto Nacional de Estadística indica que el número de matrimonios ha descendido un 20% en diez años. Entre los matrimonios, solo el 10% lo son por la Iglesia, un dato que resulta más impactante si tenemos presente que en 2001 era el 80% de las parejas las que decidían casarse por la Iglesia. Hoy las parejas deciden no casarse, especialmente por la Iglesia; llegan a formalizar la relación si tienen un hijo y lo hacen como pareja de hecho, sin el formalismo matrimonial. El siguiente paso será el descenso del número de bautizos entre los recién nacidos, que ahora sigue siendo elevado, un 80% pero con tendencia decreciente. A esto seguirá el descenso de comuniones, sustituidas por lo que se ha dado en llamar «comuniones civiles». En diez años, a este ritmo, los católicos oficiales no seremos la minoría mayoritaria; seremos una simple minoría, lo que demostrará el fracaso del modelo de catolicismo sociológico sustentado en la ‘sacramentalidad de rebaño’: bodas, bautizos y comuniones.

Los signos de los tiempos quizás nos estén indicando que el modelo de familia tradicional católica no responde ni a los tiempos ni a la misma esencia de la familia cristiana. Quizás estemos ante la oportunidad de abrir nuestra concepción de lo que es una familia y para qué es una familia. Quizás lo importante sea la relación de amor y respeto, el clima de cariño que permite crecer a las personas y ser eso, personas, imágenes vivas del Dios vivo. Quizás, solo quizás, la familia no depende de quiénes la conformen, sino de cómo se comporten.

Como dijimos en este mismo lugar, el modelo familiar cristiano hay que buscarlo en «la extraña sagrada familia de Nazaret», donde no importó el modo de la concepción y donde la verdadera paternidad (y maternidad) hay que buscarlas en el don recibido y compartido.