Adopté a Trufa hace un par de años, nada más lejos de mi intención tener un perro. Asomó descuidada, desnutrida, muerta de miedo, temblorosa y flaca como una saraca. De esa guisa la encontré. La familia que aparecía en su chip ya no la quería, me miró y conmigo sigue.

Ahora sé que nadie sabrá quererme como ella; sin límites, sin pedir, sin esperar. Yo no sé educar perros y además esta ya venía con la lección aprendida tras pasarlas canutas, por lo que mi máxima es cuidarla y hacer con ella lo que me gustaría que hiciesen conmigo, sin pretender quererla humanizar. Y nos va de lujo por el momento. Eso sí, constantemente me encuentro con la negativa de poder acceder con ella a según que lugares. Seguramente yo sería la primera en quejarme si el can de la mesa contigua es un coñazo, pero no es el caso.

En este país me da que aún nos falta conciencia de lo que significa el respeto y la aceptación de un animal que nos acompaña y se supone cuidado a todos los niveles: higiénicos, sanitarios y sobre todo afectivos. Agradezco, pues, a esas personas que me permiten la entrada a su casa y sus negocios con ella y que con sus mimos y sus muestras de cariño la han convertido en la Perra del Rock.

Trufa ha pisado escenarios (La Perra Blanco, Pájaro...) ha participado en varios vídeo clips (Santi Campillo, Manny Bowsmund/Tito Ramírez)... Y me gusta pensar en quien la quiere y lo bien que la quieren, en el respeto que le profesan, pues no deja de ser la mayor demostración de afecto hacIa mí. La música y la literatura son ricas en títulos que hacen referencia o evocan a animales de compañía. Muchos son los artistas, escritores, músicos o poetas incapaces de sobrevivir sin la presencia de una mascota; tal vez la sensibilidad que se requiere para regar el talento del que crea, canta o recita, precisa de ese amor incondicional que sólo los seres de cuatro patas están dispuestos a ofrecer. Y hay quien, por puro egoísmo, necesita sentirse amado. Y hay quien, por puro deseo de amar, necesita un compañero, un oyente voluntarioso e invariable con el que compartir sin miedo a réplica.

Establecer ese vínculo es peculiar, y no es que el artista requiera a nadie que aumente su autoestima (con risa malvada escribo esto...) pero todos sabemos que la compañía de un animal disminuye el estrés y la frecuencia cardiaca, malas compañeras del creador noctámbulo.

Y pienso en mi perrita pero también en la cacatúa de Iggy Pop, Biggy, tan cool y arriesgada como su dueño. Y en Martha, la pastora inglesa que acompañó a McCartney más de quince años. Muchos aseguran que el tema compuesto por el exBeatle Martha my Dear iba dedicada a su pareja en ese momento (Jane Asher). A mí me gusta pensar, como muchos que sostienen la idea, que esa tonada de amor iba para su compañera peluda.

Y no se me ocurre escena más linda y emotiva que la plasmada en el documental Dream of Life en la que Patti Smith versionaba un tema de Fabricio de André Amore che Vieni, Amore che Vai cantándole a su gato... Pero si a un músico hemos de rendirle pleitesía en su activismo y querencia a los animales es sin duda a Bowie, el día que contempló donar los derechos de la emblemática canción Heroes al documental The Cove (Louie Psihoyos, 2009) donde el exentrenador de ballenas Richard O’Barry mostraba su esfuerzo para terminar con la lacra de matar delfines en Taiji (Japón). Además de ganar un Oscar, la cinta nos demostró que tenemos mucho en común con los cetáceos y que no todo es felicidad tras la sonrisa de un delfín que hace acrobacias en un parque acuático.

Y es que, amiga, el animalismo no es altanería ni engreimiento, el cariño y respeto por las especies no debería jamás mostrarse ajeno a nuestra cultura. A los que hemos tenido la suerte de tropezar fortuitamente con una mascota nos faltará vida para agradecerle su lealtad. Su cariño incondicional, que es como tiene que ser el amor, sin limitaciones, completo. Más de 300.000 animales fueron abandonados en España el pasado año, somos a veces demasiado ingratos e irresponsables, nos excusamos en la falta de tiempo o el gasto económico que conlleva su cuidado. Los tratamos gratuitamente como un producto más, fruto de una sociedad podrida y consumista que no contempla la benevolencia ni la generosidad creyéndonos mejores que ellos cuando nos adueñamos de su vida, sin pensar que esta propiedad presupone las consecuencias y la responsabilidad de cuidado y protección hasta el fin.

Sin ética no hay futuro, y vuelvo a citar a McCartney cuando se pronunció afirmando que se puede juzgar el verdadero carácter de un ser humano por la forma que trata a sus compañeros, los animales. Sin ética no hay futuro, ‘Homo homini lupus’. Cuando el hombre se convierte en lobo para el hombre, en este caso para el propio lobo, mal vamos.

Canción que escucho mientras escribo:Martha my Dear, Paul McCartney