Viendo un documental sobre terremotos y escuchando los testimonios de algunos supervivientes, compruebo que mucha gente ha salvado la vida al cobijarse debajo de la cama, evitando el impacto directo de cascotes, vigas y paredes. A raíz de estas revelaciones, receloso, he subido a mi dormitorio y he comprobado con mis propios ojos lo que temía: hoy día, en pro del diseño, los fabricantes de camas, apenas dejan hueco entre el suelo y el canapé. He tenido el santo valor de tumbarme sobre la losa y, esforzándome, intentar colarme debajo de la cama. Nada; imposible… Y eso que no estoy muy gordo. En ese momento, cuando me encontraba en plena operación, tan oportuna como siempre, ha aparecido mi legítima y se ha llevado un susto de muerte al verme ahí tendido. «No me reproches nada», le he dicho, «sólo estoy ideando un plan para actuar en caso de que suframos un movimiento sísmico».