He encontrado el collar que me regaló Abdou, que era de Senegal, vivía en un piso patera en Lavapiés y nos veíamos a diario cuando salía a pasear a Peka, una cocker blanca y negra con la que compartí unos tiempos muy felices en Madrid. Han pasado más de diez años de aquellos días y será porque he vuelto a vivir en el mismo barrio y he encontrado unas cajas con recuerdos que me he preguntado qué habrá sido de Abdou.

Recuerdo que hablamos muchas veces sobre el país de las oportunidades y el porqué de venir a España en busca de una vida mejor, en busca de un futuro que le permita mejorar y ayudar a su familia en Senegal. Recuerdo que me dijo que esto no era tan bonito como le habían dicho y que quería trabajar en su país para quitarles la ilusión a todos los que querían venir a Europa. A los que creen que al llegar tendrán un Mercedes y una buena vida, quería volver para contarles que cuando llegan lo único a lo que podían aspirar era a ser mantero y vivir en una habitación con más de quince personas.

Han pasado diez años de aquellos días, me marché del barrio y de la ciudad y nunca más he vuelto a saber nada de Abdou. Me gusta pensar que a lo largo de estos años las cosas le han sonreído, pudo conseguir regularizar su situación en España y llegar a obtener una vida mejor, más allá de una habitación en Lavapiés y vender falsificaciones.

La vida nos lleva a tal velocidad que somos incapaces de pararnos a pensar en las personas que lo dejan todo e inician un viaje duro y peligroso en busca de una vida distinta y mejor a la pobreza que padecen, abusos, o lo que sea que les haga marcharse lejos de los suyos, sus raíces y costumbres. Somos incapaces de ponernos en la piel de aquellos que vemos a diario en las calles, en la televisión, llegar en pateras para acabar vendiendo pañuelos o en puestos ambulantes en los mercados o en el campo. Forman parte de nuestra vida, pero no hacemos nada más que ser espectadores de una realidad que no podemos ni imaginarnos.

Aún están en nuestras cabezas las duras imágenes de Ceuta donde miles de chavales fueron manipulados por sus gobernantes, mintiéndoles y haciéndoles pensar que solo con cruzar la frontera serían como Messi. O en EE UU se han levantado muros y separado a niños pequeños de sus padres en la frontera con México, o hemos visto semanas y semanas al Open Arms cargado de personas sin poder tomar puerto porque ningún país de la costa mediterránea ha querido acogerlos. No hemos estado a la altura y creo sinceramente que tenemos una deuda con toda aquella gente que ha tenido que dejar sus vidas y salir corriendo por miedo a perder lo poco que les quedara, hasta su propia vida.

Pero por si no teníamos suficiente con las mafias que se lucran de la necesidad de la gente a querer salir de sus países o la falta de recursos de las políticas migratorias, en los últimos años lejos de trabajar en inclusión y convivencia, un mensaje cada vez más radical y populista se ha ido instalando en la sociedad, sembrando el odio y rechazo y crispación de la convivencia.

Y por si no teníamos suficiente con el mensaje de odio y rechazo de políticas populistas de personajes como Trump, hace algo más de un año, el asesinto racista de George Floyd a manos de la policía en Minnesota generó una respuesta social a nivel mundial sin precedentes en la historia reciente, ante las frecuentes muertes de afroamericanos a manos de la policía.

En nuestro país un partido de extrema derecha ha ido copiando punto por punto la estrategia de comunicación trumpista y, por desgracia, ha calado. Tanto que poco a poco, su mensaje de que vienen a robarnos, a quedarse con nuestros trabajos, que les dan una paguita al llegar y los menores reciben una subvención de 4.000 euros mientras a tu abuela tiene una pensión que no llega a los 900 euros, es el mantra que sus adeptos repiten, creyendo que por más que insistan en semejantes mentiras se van a convertir en verdad.

Si solo fuera esto, no pasaría nada, pero unos mensajes tan peligrosos no suelen venir solos y esta semana hemos sido testigos de un asesinato racista y un apuñalamiento a una extranjera.

Hace unos días, era señalada como la Comunidad con más índice de casos de violencia de género tras una semana muy trágica para las mujeres y a los pocos días la Región se enfrenta a un asesinato racista. Un vecino de Mazarrón mataba de tres tiros a Youns Bilal, marroquí afincado en la localidad, que salió en defensa de una camarera que estaba siendo increpada por un individuo que al grito de ‘no quiero moros’, acabó con su vida en el acto. Y cuando aún no nos hemos recuperado de lo sucedido, en una de las colas del hambre de Cáritas, en la ciudad de Cartagena, una mujer es apuñalada mientras se dikrigían a ella con expresiones como «¡sudaca, vienes a quitarnos la comida!». Terrible lo ocurrido y muy preocupante.

Mientras, la Asamblea de Murcia, la sede de la representación política de todos los murcianos tardó cuatro días en reaccionar y hacer una declaración institucional de condena y rechazo. Cuatro días. Sus señorías han estado más ocupadas en recoger firmas por la unidad de España y los indultos, mirando para otro lado y sin reconocer que los mensajes xenófobos e irresponsables calan en la sociedad, ganando la intolerancia y la violencia. La formación de extrema derecha arrasó en las últimas elecciones en la Comunidad murciana, y en apenas dos años sin despeinarse gobernarán con un Partido Popular que no se esconde y se siente muy cómodo junto a los ultras.

Hace escasos días, Ayuso, la abanderada de la libertad, tomaba posesión gracias al apoyo de la formación de extrema derecha, en un debate de investidura bochornoso, en el que el diputado senegalés de Unidas Podemos Mbayé, tuvo que soportar alusiones racistas, que la portavoz de la extrema derecha no quiso retirar y hasta se reafirmó en ellas.

El racismo no puede tener cabida en las instituciones, este discurso es el responsable de las acciones de la calle. Si no somos capaces de darnos cuenta de la gravedad y ver que lejos de avanzar en derechos y libertades estamos retrocediendo, mal vamos.

Es una gota más a un vaso que cada vez está más lleno. Hace unos días, las palabras de Raquel me dejaron KO: me decía por redes que es madre de un niño negro y tiene miedo. ¿Qué estamos haciendo? No podemos permitir que una madre tenga miedo a una sociedad que retrocede, lejos de avanzar y acoger.