Fin de curso. Llega la hora de poner notas. Nuestra ya exalcaldesa, Ana Belén Castejón, ha culminado a lo grande, no solo por la ronda de entrevistas en numerosos medios locales y regionales que protagonizó con motivo de su despedida, sino, sobre todo, porque en su tramo final ha podido presumir de la puesta en marcha de otra de las joyas de la corona de nuestra Cartagena, el nuevo Museo del Foro Romano Molinete. Aunque a ella no le duelen prendas en admitir que lo que más le gusta es la pequeña política, la más cercana, la que resuelve los problemas y las carencias de sus vecinos. En realidad, Castejón se va, pero se queda. O mejor dicho, se aparta a un lado, al segundo plano de la vicealcaldía, para ceder el protagonismo a su sucesora, Noelia Arroyo, sobre la que apuntarán ahora casi todos los focos de nuestra actualidad municipal.

Justo después del relevo, esta socialista de corazón, porque de carné ni le dejan ni tiene pinta de que le vayan a dejar, recibió un regalo de despedida por parte del ministerio de Cultura, que ha dado la razón al Ayuntamiento cartagenero y, aunque con condiciones y recomendaciones, permite la venta de parcelas para su urbanización en el entorno del Molinete. La intervención del Gobierno central en esta disputa entre los arqueólogos municipales, que determinan que no hay restos de importancia en la zona señalada como urbanizable, y algún colega tan nombrado como el propio director del Arqua, que defiende allende los mares que bajo esos mismos terrenos se puede esconder nada menos que el palacio del general cartaginés Asdrúbal, no ha logrado poner paz. Ha resucitado y reavivado la polémica, con la que Castejón, que mantiene sus responsabilidades en el área de Urbanismo, tendrá que lidiar de forma directa, porque se le echarán encima en cuanto cuelgue el cartel de se vende.

Decir que mis conocimientos sobre arqueología son más que limitados es ser muy generoso, pero echando la vista atrás y viendo la labor que se ha hecho en esta materia en la ciudad, podríamos decir que ha sido más que sobresaliente, sobre todo, si la valoramos acompañada del impacto turístico y, por tanto, económico, que hemos experimentado por estos lares con la puesta en valor de nuestros yacimientos.

Con el Teatro Romano como estrella principal consolidada, el nuevo Museo del Foro Romano como fichaje de relumbrón y el Anfiteatro Romano como privilegiada apuesta de futuro. Vamos, que siempre se puede hacer más, pero no se puede decir que nuestros gestores y los técnicos municipales expertos en estos asuntos lo hayan hecho mal, más bien al contrario.

Que las atrocidades contra nuestro patrimonio y nuestro legado histórico han sido una constante en un pasado más reciente de lo que desearíamos es más que evidente. Que quizá habría que ser mucho más que escrupuloso en zonas como el entorno del Molinete a la hora de edificar, ante la alta probabilidad de que surgieran interesantes hallazgos, parece lógico. Que, probablemente, fuera más conveniente habilitar en estos terrenos un parque en superficie u otras infraestructuras públicas que eviten de todas las maneras posibles el deterioro de potenciales yacimientos arqueológicos se antoja razonable. Que sí, que existen mil y una opciones debatibles y discutibles.

Pero me da a mí que esta confrontación pudiera ser más política que arqueológica y esta disputa es una de esas serpientes que se estiran para generar conflictos que perduran en el tiempo y que envenenan el ambiente para sacar rédito. Lástima que tanta postura contraria y tanto enfrentamiento continuo e interesado contribuya a confundirnos, en lugar de aclararnos nada. Además, una cosa es vivir de la historia y otra muy distinta anclarse en el pasado. Avancemos.

La sucesión en la alcaldía de Cartagena es solo un cambio de caras en la cúspide, pero poco más cambia en el quehacer diario de nuestro Ayuntamiento. Lo que sí marca es el inicio de un enfrentamiento a cara de perro con la oposición que, en realidad, ha existido desde siempre, pero que promete recrudecerse ante los acontecimientos y comportamientos desde el mismo momento en que Arroyo tomó el bastón de mando. El plante de MC al completo y la edil de Vox auguran que los dos años que restan para la cita con las urnas serán cuanto menos tensos y repletos de desprecios y otras lindezas hacia la nueva regidora.

Colgarle a Arroyo el sambenito de murciana sardinera resulta un tanto ruin, sobre todo, porque su origen y su arraigo a Cartagena está tan o más demostrado como el que más. No obstante, no hay mensaje más efectivo que el que queremos oír y en eso se basan muchas de las acusaciones hacia nuestros contrarios. Si Arroyo es cartagenera, murciana o de Marte es algo irrelevante en su mandato, porque, si dejamos que impere el sentido común, el lugar de nacimiento de un gestor solo afecta a las razones del corazón o de la morriña, que dirían los gallegos, pero el DNI es algo que solo deben pedirle las autoridades pertinentes.

Nosotros deberíamos exigirle resultados y compromiso. Porque, aunque para muchos resulte anatema lo que voy a decir, me da igual si mi alcalde se viste de huertano o le reza a la Fuensanta; lo único que me preocupa es que quiera a la ciudad que gobierna tanto como para convertirla en poco tiempo en un referente turístico e industrial del Mediterráneo y sacar el máximo pringue a sus potencialidades.

Y esa también es nuestra historia reciente, porque con sus errores y sus aciertos y más allá de sus asuntos judiciales, que ha resuelto la Justicia a su favor, fue una gallega la que lideró el nuevo impulso de una ciudad envidiada y envidiable. La misma ciudad que, cuando parece que la era del Covid emprende la cuesta abajo, registra en tan solo una semana treinta peticiones para la escala de otros tantos cruceros. Y ese impacto turístico de los buques de pasajeros se lo debemos a la actual presidenta de nuestro Puerto, que es de Granada, pero, sobre todo, al presidente que nos inició en este mercado en las postrimerías del siglo XX: ¡un murciano!

Da que pensar y, a veces, pienso que el peor enemigo de los cartageneros somos nosotros mismos. A todo esto, por si alguien se ha despistado con tanta divagación, cabe recordar que tanto la alcaldesa saliente como la entrante son cartageneras de pura cepa y presumen de cartagenerismo como el que más, aunque haya quienes quieran retirarles el derecho a hacerlo.

Pese a todo, cerrar los ojos a la realidad es de necios. Resulta evidente que en una tierra con una idiosincrasia tan marcada como la nuestra, manifestar y mostrar el cariño y el arraigo hacia ella da puntos, da votos. Quizá, por eso y porque el patrimonio humano es la mayor valía que puede tener un territorio por encima de sus lindes, una de las primeras decisiones del Gobierno de la nueva alcaldesa haya sido proponer el nombramiento como hija adoptiva de la ciudad a la escritora María Dueñas, que predica allá donde va las bondades de nuestra Cartagena, y que pese a nacer en Puertollano, también es la suya. Para redondear el pastel, también plantea la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad al médico e historiador cartagenero José María Rubio Paredes.

Aún queda mucho y la batalla será larga y dura, pero me da a mí que nuestra nueva regidora ha comenzado con la Operación Cartagena, mientras deja que otros vean sardinas correr por el monte. Tralará.