Algunos se extrañan de que existan como asignaturas regladas en la enseñanza secundaria el griego clásico y el latín, y aún más de que haya una titulación llamada Filología Clásica, en la que se profundiza en el conocimiento de esas lenguas y su cultura, fundamento de la nuestra y, cuanto menos, de Europa. Y desde luego es una proeza que así lo sea aún.

En un anuncio de televisión de una marca, por cierto, con evocaciones latinas (Aquarius) una humanoide dialoga con un joven y le pregunta con aire de superioridad qué tienen los seres humanos que no tengan los robots. La sorprendente respuesta es: ganas. Ganas que no les faltan a los profesores de latín, griego y cultura clásica, que han de luchar con uñas y dientes año tras año para despertar el interés en jóvenes que ignoran (y no por culpa suya) el vasto mundo que se esconde tras las letras del alfabeto griego, tras la mayor parte de las palabras de nuestro idioma, hijo del latín, y de una literatura que bebe en las fuentes grecolatinas. Palabras que siguen siendo venero no solo en las Letras, sino también en las Ciencias y, por supuesto, en las Artes, tan necesarias para la vida, o para que alumnos que desean cursar materias que, pese a las dificultades, figuran en los planes de estudios, y para las que hay profesores preparados en la región de Murcia, donde hay una Facultad de Letras que tiene el título de Filología Clásica desde principios de los ochenta gracias al nunca suficientemente ponderado empeño y tesón de la profesora Francisca Moya del Baño, puedan hacerlo.

Unas ganas y una ilusión tremendas, que también en tiempos de pandemia consiguen transmitir el eco y provocar el temblor en adolescentes, valiéndose de sus conocimientos y de estrategias para acceder a ellos y mostrarles que el pasado y el presente necesitan caminar de la mano, que no hay una zanja abisal entre ambos, que la Antigüedad no está muerta precisamente porque es inmortal.

Volviendo a la robótica, todos conocemos a Siri o a Alexia. No es casualidad que Sofía (sabiduría en griego) sea el nombre del robot humanoide más avanzado del mundo, un androide con rasgos femeninos, luego sería más apropiado hablar de ginoide (me gusta más que ‘fembot’) que cuenta con independencia de movimientos y su propio sistema de inteligencia artificial con capacidad conversacional y apariencia totalmente humana gracias a su avanzado diseño, y que tiene incluso nacionalidad (Arabia Saudita). Probablemente a muchos escape que en la Ilíada de Homero aparece por primera vez la figura de las ginoides, Kourai Khryseai que servían como ayudantes al dios Hefesto.

Tetis, una madre literalmente divina, con el fin de conseguir la inmortalidad para su hijo Aquiles lo sumergió siendo un bebé en la laguna estigia. El único punto vulnerable del cuerpecito de Aquiles niño resultó ser el talón, del que lo asió para introducirlo en las aguas.

En el Canto Sigma de la Ilíada, Tetis desciende a la fragua de Hefesto, al que había dado cobijo cuando la diosa Hera lo arrojó desde el Olimpo nada más nacer, venciendo al instinto materno un impulso de rechazo hacia la proverbial fealdad física de su vástago. La Nereida pretende que el dios herrero y artesano vuelva a forjar para Aquiles un escudo que le permita reincorporarse a la línea de batalla en la guerra contra Troya en la que habrá de perder la vida, como ella también sabe. El pasaje dice así, en la traducción de Luis Segalá i Estalella: «Enjugóse [Hefesto] con una esponja el sudor del rostro, de las manos, del vigoroso cuello y del velludo pecho; vistió la túnica; tomó el fornido cetro y salió cojeando, apoyado en dos estatuas de oro que eran semejantes a vivientes jóvenes, pues tenían inteligencia, voz y fuerza, y hallábanse ejercitadas en las obras propias de los inmortales dioses…».

Las Clásicas, las Humanidades en general, las Letras y las Artes, sirven, entre otras muchas cosas, para que no nos transformemos en seres artificiales, para que no sea posible una distopía en que ni mujeres ni hombres se conviertan en meras estatuas modeladas por cualquier Pigmalión ni en criaturas concebidas para trabajar y servir, o para representar un ideal amoroso o erótico hecho a la medida de otros, sino que seamos seres libres, con voluntad y capacidad de elegir y de disfrutar en un mundo en el que la no exclusión se entienda en su sentido más amplio y genuino.

Ojalá no nos falten las ganas ni las fuerzas, y no perdamos el afán de autosuperación que nos singulariza como seres humanos, ni esa emoción que nos mueve cuando nos reconocemos en una tradición de la que formamos parte indisoluble. Felicidades a los profesores que siguen transmitiendo el testigo con su loable entusiasmo.