Escribir sobre Borges siempre es arriesgado porque tal vez ya se ha dicho todo sobre él. A estas alturas, es una realidad afirmar que el escritor argentino se encuentra entre los más complejo que ha tenido las letras hispanas del siglo XX. Él huiría de esta categoría, pero la prueba de su brillante rareza reside en que no le hizo falta escribir ni una sola novela para alcanzar la inmortalidad entre los grandes de la literatura universal. Su obra es densa, a pesar del corto número de cuentos (en comparación con otros escritores contemporáneos); sin embargo, encierra toda ella una inteligencia atroz, un estilo cerebral tan complejo que el lector siempre tiene la impresión de que le están tomando el pelo, de que él mismo forma parte de una artilugio literario que finaliza en la confusión. Borges asume todos los registros y hace del cuento un ensayo, del ensayo una ficción y de la vida un laberinto en el que el lector es invitado a entrar. Pero no a salir.

Hablaremos concretamente de El sur, uno de sus cuentos más fascinantes pero que, curiosamente, suele quedar relegado frente a otros como El Aleph o El jardín de los senderos que se bifurcan. Merece la pena recordar la trama. Juan Dahlmann es el aburrido personaje de esta ficción, el secretario de la biblioteca municipal de Buenos Aires cuya vida anodina no pasa de los libros. Tras golpearse la cabeza con una ventana y resistir unos días de fiebre, es internado en el hospital, donde lucha por no morir. De repente, Juan Dahlmann se levanta de la camilla y sale del hospital. Se dirige hacia la estación y toma un tren con destino al sur. Se suceden los paisajes hasta que el tren se para y se baja en mitad de la llanura. Antes del anochecer, camina y encuentra un almacén, lleno de rostros que Dahlmann recuerda haber visto alguna vez, tal vez en el hospital. Decide quedarse a comer. En la mesa de al lado, unos hombres lo molestan y tras una discusión, se disponen a pelearse. El cuento finaliza cuando Dahlmann saca a relucir un cuchillo.

La aparente sencillez de la trama esconde en realidad todos los elementos del universo borgiano. El cuento es una biblioteca en sí. Algo parecido a una fuente de libros en la que poder consultar ejemplares sin descanso. Hay tantas referencias veladas y ocultas que en cada lectura el lector se va encontrando con una historia nueva. Cuando me enfrento al texto me gusta imaginarme a Juan Dahlmann como una especie de Alonso Quijano moderno. Ambos llevan una vida relegada a la mediocridad. Viven entre libros y dependen de ellos como acto de supervivencia. También, los dos personajes sufren en un momento crucial de la cabeza, aunque Cervantes opte por la locura como forma de cambiar la vida de Alonso Quijano, y Borges una lesión física. Pero lo más importante en ambos casos es la actitud que adquieren a la hora de enfrentarse a la monotonía. Son hombres desdichados que en determinado momento deciden vivir su propia vida, basándose precisamente en lo que que ha leído, en la vida de sus antepasados: Don Quijote se refugia en los libros de caballerías y Juan Dahlmann en la vida heroica de sus antepasados.

Las interpretaciones sobre el acto de levantarse de la camilla y viajar hacia el sur sitúan a Juan Dahlmann en el mundo de lo onírico. ¿Realmente un moribundo tiene las fuerzas para realizar tal viaje? ¿Acaso Dahlmann estaba delirando y la expedición por la pampa y la pelea de bar es un sueño? ¿Está muerto Dahlmann y todo es una recreación de Borges? El escritor atrapa al lector en su tela de araña de nuevo. Si el personaje ha vivido toda su existencia entre libros, en su apartamento de Buenos Aíres, ¿cómo es que abandona sus costumbres y decide vivir una vida de valientes, plagada de aventuras y duelos? Es, probablemente, el punto clave del relato. El enfermo no sale del hospital, pero en su inconsciencia decide vivir las experiencia que nunca ha podido realizar. Es más, vivirá la vida que ha leído en tantos y tantos libros que han pasado por sus manos y que él solo ha podido leer. ¿Quién no se ha propuesto tomar la actitud de Dahlmann y convertir su vida en una odisea?

Una pista que deja Borges es la alusión a Las mil y una noche. En el clásico árabe, Sherezade sobrevive gracias a que inventa todas las noches un cuento nuevo, una historia que no termina de contar cuando llega el amanecer. La ficción es lo que permite a la muchacha sobrevivir y no ser asesinada por el sultán. De la misma forma, Juan Dahlmann utiliza la ficción de su vida para alargarla, para no sucumbir al coma y acabar sus días en un hospital. La literatura es su forma de aferrarse a la vida, y a estas alturas ya sabemos que no hay manera más hermosa de seguir viviendo.

El sur es el presagio de la muerte, pero también de la aventura, de la belleza que encierra lo desconocido. En el norte está la ciudad, lo exacto y matemático, lo previsible. La civilización, al fin y al cabo. Pero en el sur reside la naturaleza salvaje, lo inexplorado, esa barbarie que tanto teme la Argentina europea y que tantas veces ha dado la espalda en su afán por querer ser París. En el cuento, Juan Dahlmann decide ir a morirse al sur, pero de una forma heroica, atravesado por un puñal en una reyerta, y no en la triste cama de un hospital, con una muerte absurda y doméstica. Es siempre la elección, la libertad, la que hace al hombre valeroso y no monótono.

El sur demuestra lo que es capaz de desarrollar un genio como Borges, en apenas unas cuantas páginas. El cuento tiene tantos matices que también se puede leer entre líneas la vida del mismo escritor, ya enfermo cuando lo redactó, sabiendo que se iba a quedar ciego, el último que escribió antes de que todo se convirtiese en tinieblas. Es maravilloso comprobar que el tiempo no pasa por El sur, que a pesar de que se cumplen setenta años de su publicación, mantiene la frescura de las obras inmortales. Borges es un género literario en sí. Basta viajar al sur para comprobar lo cercanas que están nuestras vidas de coger un tren con destino a lo desconocido.