Como muchos de ustedes, estoy horrorizado del asqueroso crimen racista de un marroquí en Mazarrón. Observando a individuos violentos, como su asesino, puede surgir la duda de si la violencia no será una cosa intrínseca a nuestra especie.

En la naturaleza también hay violencia, se suele decir. Y así es: la hay y mucha. Quienes desde esoterismos y naturismos varios propugnan la ‘vuelta a la naturaleza’ para ‘vivir en equilibrio y paz’ saben más bien poco de ecología. No hay más que ver los documentales de naturaleza para comprobar que para comer o evitar ser comidos los animales han desarrollado una sorprendente colección de estrategias eficaces, inteligentes, y con frecuencia enormemente crueles.

Un bosque idílico, un bello atardecer sobre las copas de los árboles, o un verde inmenso prado ocultan un submundo (un criptosistema, le llaman los ecólogos) preñado de luchas, engaño y muerte. No pasa nada, no se depriman: es el orden natural de las cosas.

Sin embargo, la violencia de la que podemos hacer gala en la especie humana tiene una característica que, por decirlo de alguna forma, se diferencia de la violencia darwiniana del resto de las especies: la mala leche.

No es todavía conocida una especie que le haga daño a otra sin alguna clara razón de supervivencia; o un individuo de una especie que le haga daño a un congénere sin una razón adaptativa. No existe en la naturaleza la violencia ideológica o cultural, es sólo lucha en estado puro por la comida o por mandar más genes de los tuyos a la siguiente generación.

De hecho, en la más correcta interpretación de la teoría evolutiva de Darwin se considera que la especie que más éxito tiene no es la que mejor lucha, sino la que se especializa en no luchar. ¿Otro ejemplo? Los leones. Por muy fieros y aguerridos que parezcan, eligen cobardemente (a nuestros ojos) o darwinianamente (a los ojos de la naturaleza) a las presas débiles, enfermas o jóvenes para no hacerse ni hacer más daño del preciso a la hora de procurarse el alimento. Está aún por ver el león que no mate sino que torture a su gacela mientras le interroga sobre el paradero de la manada.

Como en tantas otras cosas, la forma de ejercer la violencia segrega a la especie humana del resto de especies animales; a mi juicio, a favor del resto. No hay en la naturaleza racistas descerebrados ni imperialistas belicosos. No hay bandos artificiales ni supuestas civilizaciones enfrentadas. No hay intereses económicos ni grupos de presión. No hay odios incombustibles ni enemigos declarados. No hay bestias con turbante ni opresores de corbata. No hay violencia gratuita ni venganzas colectivas. No hay ni extremismos sanguinarios ni terroristas de Estado.

Por eso, a pesar de reconocer que también la naturaleza es dura, saber algo de ecología nos da una nueva razón, anecdótica pero un punto científica, para luchar en nuestro entorno humano por erradicar la violencia.