Después de lo ocurrido hace unos años en un pueblo de Zamora, no sé si dejar de contar la historia del viejo tesoro enterrado en mi pueblo y de animar a la gente a hacer de Indiana Jones. Resulta que en Zamora, un emigrante magrebí que trabajaba como pastor escuchó a un tipo como yo narrar la leyenda de que en los alrededores de un casón en ruinas había escondido bajo la tierra un tesoro del tiempo de los moros. Se obsesionó tanto con aquella historia que, durante cuatro largos años, al término de su jornada laboral, estuvo excavando en la zona en busca de mítico cofre repleto de oro y marfil. Llegó a perforar varios pozos de diez metros de profundidad sin encontrar su objetivo. Hace unos días, a media noche, las paredes de tierra del agujero que estaba cavando cedieron, sepultándolo fatalmente. Les había prometido a sus hijos que regresaría a Marruecos a lomos de un camello con las alforjas rebosantes de joyas y, ahora, lo han visto llegar dentro de un ataúd. En la vida real, no siempre los cuentos acaban bien.