Para poder disfrutar plenamente de la vida, lo que somos, lo que nos dan, de lo que hemos conseguido. Para poder convivir en plena armonía de lo que nos rodea, hay una máxima que impera por encima de todas: ser agradecido.

Pocas veces tenemos en cuenta a las personas que contribuyen para que nuestro día sea posible, los que hacen que la monotonía torne a una experiencia mejor con simples y pequeños gestos. A toda esa gente que lo hace posible le debemos un inmenso reconocimiento, a veces por el simple hecho de hacernos disfrutar un instante.

Más de uno pensará que para expresar gratitud, de antemano, debe ocurrir un hecho que lo motive. Nadie nos enseña a agradecer nada sin una justificación por medio. Y no somos conscientes de que no se necesita una razón concreta ni personal para expresar esa emoción. La maestría en este arte se alcanza cuando el agradecimiento no se debe a nada tangible pero te conmueve igual... Es de bien nacidos. Conforme sucede la vida me doy cuenta de que la gratitud no es un sentimiento demasiado presente, tal vez por haber sido forzados desde la niñez a agradecer cosas sin sentido hemos bloqueado este efecto. Eso, o que no tenemos remedio y poco nos pasa para lo que nos merecemos. Una frase sobrevive siempre entre nosotros: «En este país...», válida en las revoluciones para adular a los ganadores o humillar a los caídos, siendo sólo un simple padrón de ignominia para el que la escucha y para el que la grita; así, la repiten tanto los vencidos como los vencedores.

Y es que, señores, en este país tenemos la fea costumbre de ejecutar el menosprecio en menos que canta un gallo. Nos vaciamos de consideración, estima y valor si de exaltar la valía de un grande se trata, la envidia como deporte nacional, sin contemplar que es una de las peores afecciones que se pueden experimentar, pues quien la sufre es un verdadero desdichado. Y así viven algunos, demostrando el camino a no seguir, con lances de mediocridad camuflados en la más profunda arrogancia que los deja aislados en un rincón de mediocre soberbia. Así no nenas, así no. «Me he vaciado de palabras, ahora tengo, por fin, espacio para ti».

Admiro a la gente buena, la que se esfuerza y es proactiva, la que contagia con sus emociones positivas, la que deja huella en los demás. Admiro a Julio Ruiz Llorente por estas y muchas cosas más. Porque siempre ha estado ahí, haciéndome la vida un poquito más bonita de lo que realmente es, porque siempre se ha prestado a ofrecerme apoyo, porque es mi amigo. Sé que no te va a gustar que un texto con intención de homenaje haya empezado repartiendo improperios, tú no eres de los que juzgan. Pero estos días leyendo despedidas he llorado de emoción, he sonreído con recuerdos, pero también me he enfadado con esos haters de poca monta que hablan escondidos desde su agujero inmundo. ¡Les pido perdón!

Mañana echas la persiana a tu Disco Grande, se dice pronto, pero te llevas cincuenta años de consideración y buen hacer, de magia y cariño. Nos dejas huérfanos, querido. Aunque sabes que juegas con la ventaja de un rojiblanco: la del cariño, la del respeto, la de saber que jamás te vamos a olvidar. Tú y sólo tú has estado al quite cuando la mayoría de bandas en este país eran sólo un proyecto, cuando apenas contaban con un par de maquetas, pero llamaban a tu puerta cargadas de ilusión. Porque cada vez que el timbre de tu casa sonaba te has desvivido por agradar (hablo en primerísima persona). Te vas, pero cómo sólo pasa en contadas ocasiones, sales por la puerta grande, con ovación y vuelta al ruedo. Con la hombría y entereza de intentar convencernos de que hay que dejar espacio a la gente joven.

Y yo sólo puedo sentir pena al pensar que las futuras generaciones no puedan aprender de ti, como nos ha pasado a muchos venturosos. Gracias por tanto, por presentarnos a Derribos Arias, La Buena Vida, Dover o Australian Blonde. Gracias por aquella entrevista a Keith Richards, por hablarme de Los Hermanos Dalton como si de tu propia familia se tratase, y hacer que se convirtieran en la mía. Por conseguir ese «G.A.T.O» de tantas bandas homenajeando al Sgt. Pepper’s de The Beatles en su cincuenta aniversario. Gracias por aquella cena de taberna junto a Pablo Novoa y Claudia Orellana dónde tanto reímos y por aquel paseo por las calles mojadas de Madrid hablando de nuestros encuentros y vivencias con Antonio Vega, por enseñarme dónde estaba El Penta y esos secretos de La chica de ayer. Por tu entrega, por nombrarme cada vez que has vestido una hawaiana, esas que sólo los valientes se atreven a lucir. Por tu pasión dentro del periodismo músical que cambió la vida de muchos.

Gracias por haberme otorgado la concesión de tu última entrevista (Cinco palos, RTVE); ese privilegio me lo llevo con honores. Por dejar que mis bandas (Los Enemigos, Los Marañones, Pike Cavalero, El Tito Ramírez y Los Fusiles) sonaran una última vez presentadas por ti, por pensar en mí como invitada haciéndome sentir la princesa del cuento, pocos han conseguido tanto con tan poco.

Gracias por habernos regalado cincuenta años de música. Te brindo por eso este merecido homenaje desde donde me permiten hacerlo, este periódico. El mismo en el que me animaste a seguir demostrando que con esfuerzo, pasión, trabajo y perseverancia, todo es posible. Gracias por existir y gracias por ser mi amigo.

Canción que escucho mientras escribo: Qué nos va a pasar, La Buena Vida