Son muchas las cosas que la actualidad nos depara, muchas de las que hablar, pero me siento incapaz, ahora, de escribir, por ejemplo, de las inconsistencias de Ayuso (esta mujer no se ha leído el artículo 62 de la Constitución Española en el que se dice que «en el marco legal de la Constitución nadie puede atribuir responsabilidad al Rey cuando éste, en cumplimiento de sus deberes constitucionales, sanciona una nueva ley. Negar su firma a un texto legal equivaldría a invadir la potestad legislativa, que corresponde a las Cortes Generales»), metiendo en un berenjenal al Rey, de las primarias del PSOE en Andalucía, de la no asistencia de los barones del PP a la plaza de Colón.

Me siento incapaz de escribir de algo que no sea de las pequeñas Olivia y Anna, esas niñas de Tenerife a las que su padre ha asesinado para, dicen los expertos, hacer un daño infinito a su madre, en un ejercicio de violencia de género a la que llaman vicaria y en la que el agresor utiliza a los hijos, hijas o dependientes, como instrumentos para hacer daño a la madre o expareja, en definitiva.

Y es tan fácil ponerse en el lugar de Beatriz, la madre de Olivia y Anna; es tan fácil sentir empatía por ella, por su dolor, por su desesperanza. Una madre que se ha pasado todos los días, desde la desaparición de las niñas, negándose a aceptar que pudiera ocurrir lo que inevitablemente ha pasado. Una madre que ha ido ofreciendo imágenes llenas de vida de esas niñas que sonreían a la cámara, que jugaban, que mostraban la felicidad de sus pocos años, en un intento de dar a conocer sus figuras, pero también, como una manera sutil de hacer llamamientos a su padre para hacerle reflexionar, porque en lo más profundo de ella se negaba a aceptar que pudiese hacerles daño.

Pues bien, ahora esa mujer, a la que como decía el poeta, «por dolerle, le duele hasta el aliento», ha de soportar que incalificables personajes la culpen de lo que ha pasado. Sí, esto es lo que ha pregonado en las redes sociales el sacerdote grancanario Fernando Báez Santana, conocido como el ‘padre Báez’, quien ha afirmado que el secuestro y muerte de las niñas Olivia y Anna es responsabilidad de la madre por su ‘infidelidad’ y que las niñas seguirían vivas si Beatriz Zimmermann no hubiese roto su matrimonio con Tomás Gimeno. Asimismo, este hombre de Iglesia, hace víctima al asesino porque, según cuenta en Facebook , «Anna y Olivia fueron dos angelitos que no tuvieron la culpa, sino que las quisieron cambiar de padre», «pena de prensa y medios que sólo piensan en dos niñas y no en su padre, víctimas los tres».

Para quienes nos consideramos creyentes, es imposible calificar estas palabras. Imposible entender que alguien puede manifestarse en este sentido, sin encontrar una expresión de piedad para su madre, haciéndola culpable de esta barbaridad y ahondando en su dolor, pero de la misma manera no sería justo dejar de destacar el comunicado hecho, inmediatamente después de las palabras de este sacerdote, por parte de la diócesis de Canarias, en el que se dice literalmente que «el Obispado, en nombre del obispo, monseñor José Mazuelos, y de toda la comunidad diocesana desea expresar públicamente su dolor ante los sucesos acaecidos en Tenerife y de los que han sido víctimas las pequeñas Olivia y Anna. A la vez quiere comunicar su rechazo tajante ante las indignas manifestaciones que en las últimas horas ha expresado el sacerdote don Fernando Báez. Lamentamos profundamente y pedimos perdón por el dolor que estas declaraciones han ocasionado. Rechazamos y desautorizamos dichas opiniones personales que no reflejan los sentimientos de esta comunidad eclesial», aunque se echa en falta la apertura de un expediente.

Sí, hoy tenía que escribir de otras cosas.