Un escritor mexicano (o mejicano; con ortografía más símil a como se suele pronunciar esa palabra en el español actual), es decir, de México o Méjico, me hace la siguiente observación: ¿A qué se debe que sea correcto escribir México y/o Méjico, pero no Cataluña y/o Catalunya si hemos de respetar la ortografía española?

En primer lugar, México o Méjico, mexicano o mejicano son sendas variantes admitidas por la ortografía española, y recogen momentos diacrónicos de la evolución de la fonética del español. En el caso de Cataluña o Catalunya no son dos variantes similares y no está admitida la última por la RAE. En caso de que aparezca, pues, en un texto escrito en castellano el término Catalunya debe ponerse en cursiva. A pesar de que su fonética es prácticamente igual, el desplazamiento de la ñ por el dígrafo ny (que no es de uso en español) nos obliga a escribir la palabra como un término de otro idioma.

La utilización en un texto escrito en español de términos como ‘Catalunya’ sin cursiva ni comillas es incorrecto, y cuando se hace adrede (por algún motivo fácilmente reconocible como invasivo del español) es simplemente una grave corrupción de nuestra lengua.

En algunos medios de comunicación en español, mal escriben términos como Catalunya, Generalitat, Lleida, València, President, Govern... sin usar cursivas (o su correcta escritura en español). Asumen, así, de facto el dictado político de aquellos que niegan o discriminan la práctica y la enseñanza del castellano en las comunidades bilingües (precisamente porque son bilingües deberían cuidar los dos idiomas, el regional y el nacional). Y, lo que más me preocupa como profesor y usuario, pervirtiendo y normalizando el uso incorrecto del idioma español entre los jóvenes.

Un ejemplo: En un periódico escrito en español, editado en Cataluña y de difusión nacional, como es La Vanguardia, se da este texto: «Lo más importante es trasladar el mensaje político; la voluntad que tiene el Gobierno de España de abrir un nuevo periodo en Catalunya», ha sostenido (se refiere el periodista al presidente Sánchez). O sea que recoge unas declaraciones orales de Sánchez con una grave falta de ortografía: Catalunya. (La Vanguardia, 9/ 6 /2921. Robert Mur. Buenos Aires).

Esta corrupción se está extendiendo. ¿Y qué? Veamos: aquí hay una cuestión política, pero algo más importante, que trasciende lo político: el idioma español.

Supongamos que más de la mitad de las tierras y regiones de España se separaran de España, cada parte agrupándose al Estado político ex novo que le viniese en gana. Al menos que sucediese como en la Serbia y Croacia de las limpiezas étnicas, donde hubo de golpe una eliminación cultural de una parte de la población, seguirían muchas personas hablando español en esos nuevos Estados.

Quiero decir que la cuestión de la marginación del español sería igual de triste, si aquellos supuestos Estados odian y marginan el idioma de Cervantes y de gran parte de América como hoy lo vienen haciendo, sin que aún sean Estados.

Urge que se considere el delito de corrupción del español, cuando se trata de una corrupción intencionada, por motivos fácilmente detectables, impulsores del afán de empequeñecer o pervertir el español como lengua y cultura. Y urge que los jueces, a los que hemos de dar todo nuestro apoyo, se comprometan y se formen en la sensibilidad de defender el idioma español, pues ese es nuestro más rico patrimonio. Más roba quien corrompe tu idioma que quien te roba unos euros.

Es imprescindible, ya, que cuente la prueba de un dominio correcto del español para acceder a cualquier puesto pagado por los dineros de todos. Los jóvenes han de distinguir entre los registros de un idioma: en un registro formal, o en registro culto, importa mucho que sepan utilizar la lengua española y que no se dejen confundir ni desvirtuar el estilo por cantos de sirena, que en realidad no son de sirena si los escuchas bien, sino de unos señores con barba y puntero que te incitan a cometer errores que una mínima atención evitaría, pero que damos, a veces, por buena práctica porque está de moda o por quedar bien. Y, precisamente, en esa cobardía o negligencia se elevan los negacionistas de lo español (esas élites cansinas, no suficientemente destructoras, por cobardes) que te pondrán de medio tonto como crédulo y obediente a sus intereses mientras ellas/ellos se sentirán de la crema suprema.