Hace unos meses que en la Moncloa había preocupación porque desde que Joe Biden había tomado posesión de la Casa Blanca no se había puesto en contacto con el presidente Pedro Sánchez. Huelga decir que la oposición lo ha aprovechado para señalar la irrelevancia española en el panorama internacional, seguramente porque añora los tiempos de colegueo entre José María Aznar y George W. Bush, cuando invadían Irak en busca de armas de destrucción masiva.

Por fin esta semana se presentó la ocasión propicia para que el español y el americano se encontraran, aprovechando la gira europea del presidente Biden. El domingo se anunció que al día siguiente se reunirían durante la Asamblea de la OTAN. El equipo del jefe del Ejecutivo español puntualizaba que sería un saludo, como quien dice algo para romper el hielo antes de una primera cita. Y por fin llegó el momento. Lunes al mediodía, después de la típica foto de familia de los veintiséis líderes, Sánchez y Biden compartieron un recorrido de veinte metros que duró cincuenta segundos. Nada más. Parece como si la pareja se hubiera querido sumar a los actos de celebración del centenario del nacimiento del cineasta Luis García Berlanga con una especie de remake 2.0 de la famosa Bienvenido, Mister Marshall.

Un fotograma de Bienvenido, Mister Marshall L. O.

La película, rodada en 1953, cuenta la historia de Villar del Río, un pequeño pueblo que se supone que ha de recibir la visita de un grupo de diplomáticos de EE UU. Y como si escribieran la carta a los Reyes Magos, los vecinos hacen una lista de peticiones de cosas que quieren pedir a los americanos. A la hora de la verdad, sin embargo, la comitiva pasa de largo y se quedan con un palmo de narices.

La cinta de Berlanga es una diáfana metáfora de la ocasión perdida por la España franquista, que no pudo beneficiarse de las ayudas americanas en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. El Viejo Continente estaba devastado y no despegaba. Desde Washington se temía que la inestabilidad económica fuera campo abonado para la aparición de regímenes comunistas bajo el paraguas de la Unión Soviética. Eran los primeros compases de la Guerra Fría y todo el mundo empezaba a tomar posiciones. EE UU tenía una capacidad productiva descomunal pero no había ningún mercado externo que absorbiera lo que vendía, si los países europeos no tenían dinero para comprarlo. Fue así como se diseñó el famoso Plan Marshall, que ayudó a la modernización de los Estados involucrados en el conflicto. España también quiso estar en el ajo pero no lo consiguió.

La marginación española de la ayuda estadounidense de 1947 es de sobras conocida. Cabe decir, sin embargo, que de entrada EE UU no veía mal echarle una mano. Una ayuda que el dictador necesitaba como agua de mayo porque con su política económica había condenado al país a unos niveles de miseria que lo habían hecho retroceder hasta los tiempos de la guerra de Cuba.

Uno de los problemas era que, con su posicionamiento junto a las potencias del Eje, el régimen nacionalcatólico había quedado en una situación complicada en el panorama internacional pos-Segunda Guerra Mundial. Para contrarrestarlo, inició una campaña de imagen en EE UU dirigida por el veterano periodista Manuel Aznar con el objetivo de generar un estado de opinión favorable a la inclusión de España en el Plan Marshall. Washington se mostró abierto a la petición de Madrid pero, a cambio, pedía que el franquismo hiciera algún gesto de apertura. Para un país que se presentaba al mundo como la democracia más grande del planeta era difícil justificar dar millones de dólares a un aliado de Hitler y Mussolini que se mantenía en el poder como si nada. Franco, sin embargo, no se movió ni un milímetro. Prefirió mantener su régimen aunque esto supusiera la condena a la pobreza de los españoles.

Estados Unidos no era el único que había presionado la dictadura. Los países europeos, sobre todo Francia y el Reino Unido, se opusieron frontalmente; parece que para intentar compensar su incapacidad de frenar el golpe fascista de julio de 1936 y tranquilizar su mala conciencia. Mister Marshall pasó de largo y España tardó décadas en situarse al nivel de sus vecinos.