Pocos días después de firmar el pacto tripartito PSOE/PP/Cs para gobernar el ayuntamiento de Cartagena, la alcaldesa inicial, Ana Belén Castejón, convocó a su despacho a quien debería ser su sucesora al cabo de dos años, Noelia Arroyo. A la primera la acompañaban los otros cinco concejales que, junto a ella, integraban el Grupo Socialista, a quienes apeló: «Mirad a Noelia a los ojos y decidle que la haremos alcaldesa con nuestros votos». Esa escena selló el auténtico pacto, más allá del redactado sobre papel. A partir de ese momento, todo se ha desarrollado con una inusitada confianza y complicidad, hasta el punto de que dos mujeres que se desconocían personalmente al margen de algún ocasional trato debido a sus respectivos cargos políticos (alcaldesa una, consejera regional la otra) y que sabían de antemano que estaban destinadas a competir con dureza han acabado siendo amigas. Amigas íntimas, diría yo, lo que ha conducido además al acercamiento entre las familias de ambas.

He sido testigo, semanas antes de las ceremonias del relevo, junto a un Manuel Padín (Cs) a quien se le ensanchaba la sonrisa escuchándolas, del intercambio mutuo de sugerencias acerca del atuendo que podrían lucir en los actos respectivos de dimisión y de toma de posesión que han tenido lugar este fin de semana. No hay mejor prueba del algodón que las concesiones al marujerío desacomplejado. Si la excelente relación personal y política que estas dos mujeres han acabado forjando respondiera a un exceso de teatralidad merecerían un Oscar exaequo a las mejores actrices. No es posible fingir lo que con tanta naturalidad se expresa, tanto cuando coinciden como si se muestran por separado.

Castejón y Arroyo habían competido civilizada pero severamente en la campaña electoral, y tras los resultados tardaron horas veinticuatro, antes de la constitución del nuevo Consistorio, en armar un pacto a tres bandas para neutralizar un gobierno en minoría del partido localista MC más Vox. El Ayuntamiento habría sido ingobernable con José López al frente, pues nadie quería pactar con él ni él, como dijo, con nadie. El pacto Arroyo-Castejón-Padín resultaba más que atrevido, pues constituía la excepcionalidad de un gobierno compartido entre PP y PSOE en un municipio de las dimensiones y notoriedad de Cartagena. Padín era quien lo tenía más fácil en apariencia, pues a pesar de la consigna de Cs para que los acuerdos se produjeran exclusivamente con el PP, la fórmula le permitía experimentar la cacareada transversalidad que inicialmente predicaba su partido; sin embargo, hoy está expedientado por pensar por su cuenta, como la mitad de dirigentes relevantes de Cs en la Región.

(Por cierto, paréntesis: la presencia ayer de Mario Gómez, vicealcalde naranja de Murcia, en el pleno de toma de posesión de la nueva alcaldesa supone un respaldo muy gráfico a Padín, contra la línea de la delegada de Cs en la Región, Ana Martínez Vidal. Atención al dato).

Arroyo consiguió el plácet de López Miras, no sin que antes intermediaran ante el presidente del PP personalidades relevantes de Cartagena y de fuera de ella, pero Castejón se abstuvo de telefonear a Diego Conesa, a sabiendas de que éste le habría prohibido firmar el pacto. Hoy, Castejón admite que ese fue un error por su parte. Un error formal, pues habría tomado la decisión que tomó en cualquier caso. Lo cierto es que el líder regional del PSOE tuvo conocimiento de que Castejón sería alcaldesa de Cartagena con ayuda de los votos del PP y de que dos años después se repetiría la situación a la inversa mientras seguía por internet el desarrollo de la votación constitutiva. La sorpresa fue recibida con extremada irritación, pues Conesa tenía otros planes para Cartagena dentro del diseño general de sus negociaciones con Cs, si bien pronto quedó demostrado que éstas constituían un paripé, ya que la decisión de sumarse al PP estaba predeterminada en el partido de Arrimadas.

Pero el resultado fue la suspensión de militancia de Castejón en el PSOE, así como la del resto de concejales socialistas, y en consecuencia también su destitución del cargo de secretaria general del partido en la plaza. De este modo, el PSOE tuvo que regirse mediante una gestora mientras el partido se quedaba sin representación como tal en la segunda ciudad de la Región.

Fueron éstas decisiones dentro de la lógica disciplinaria, pero de una gran torpeza política, y tan inmeditadas en sus consecuencias a largo plazo que hasta cabe la sospecha de que en ellas interviniera la posición que Castejón había mantenido dentro del partido, donde apostaba por la línea opuesta a la oficial. No obstante, en su campaña para la alcaldía recibió un fuerte respaldo de su partido con presencia de ministros socialistas, a pesar de que esto no tuvo las esperadas consecuencias electorales.

Castejón se había hecho con la dirección del PSOE mediante una profunda renovación de sus cuadros, apartó a la ‘vieja guardia’ local y desplazó a ciertos virreyes que han aprovechado el hueco para retomar posiciones, un retroceso en el tiempo que parece tener contenta a la dirección regional. Y es que si Cartagena es muy importante, diríase que decisiva, para sumar votos en las elecciones autonómicas, también lo es para conformar las mayorías que gobiernan la organización socialista. Y da la impresión de que en la expulsión de Castejón primó lo segundo.

Es obvio que el PSOE estaba obligado a adoptar alguna medida disciplinaria, pero la expulsión de Castejón fue un gesto desmedido que no atiende a las singularidades políticas de Cartagena y que deja en el camino a una política indómita, de una factura de las que no abundan.

Por otro lado, la alternativa al ‘pacto de salvación’ PP-PSOE era José López, un político que acumula ya una media docena de sentencias judiciales condenatorias por su particular manera de comportarse y su desenvolvimiento verbal. Cada vez que López coincide a media distancia con alguna de las firmantes del pacto procede a pronunciar una retahíla de insultos en tono de murmullo, como dirigidos al aire, en irremediable incontinencia.

Los socialistas deberían explicar qué concebían para Cartagena, si un gobierno inestable e infructífero, propicio a las escandaleras y a la viralidad nacional de los vídeos de un involuntario showman que dice representarla en versión patriotera o un equipo políticamente mixto con un plan consensuado para ir atajando los problemas y desarrollando nuevas actuaciones con el apoyo del resto de Administraciones (la nacional, en manos del PSOE, y la regional, en las del PP), por mucho que se pretendan destacar incompatibilidades genésicas entre los coaligados. A la vista está que cuando se conjugan el factor humano y el coraje político las cosas marchan. Y en el peor de los casos, se evitan males mayores.

De la capacidad de liderazgo de Castejón da cuenta el hecho de que su gesto no se expresa en solitario. Todos los concejales de su grupo la han seguido hasta el final a pesar de arrastar idénticas consecuencias para ellos. Y del mismo modo que las relaciones personales entre Castejón y Arroyo han facilitado la gestión, los concejales de uno y otro partido, más los de Cs, han venido trabajando en equipo, con complicidad y ayuda mutua, y en algunos casos hasta compartiendo competencias, por ejemplo en el ámbito cultural, donde no podrá decirse que Cartagena promueve una política convencional o melindrosa. Algo casi insólito, lo relativo al trabajo en equipo, no sólo entre coaligados, sino con frecuencia entre compañeros de partido. Esto es lo que garantiza la estabilidad sobre la estabilidad, porque a lo que asistimos ayer fue a un relevo en la figura que ocupa la alcaldía, pero por lo demás todo sigue intacto, pura continuidad.

Es sorprendente que muchos de quienes se quejan de las inercias de la partitocracia vengan a reivindicarlas cuando algunos políticos se rebelan contra las imposiciones que aquélla promueve. Actuar en conciencia frente a las políticas de raíl es uno de los modos de recuperación del prestigio de la política. Y de alguna manera se está constatando, pues la impresión es que corre más simpatía hacia los políticos rebeldes con causa, como es el caso de Castejón y otros, que hacia sus jefes políticos. Un fenómeno que éstos deberían analizar más allá de formular retóricas disciplinarias.

Castejón asegura que pretende volver al PSOE. Imposible. Salvo que haya antes o después una corriente interna que exija su regreso al partido, que es su lugar natural. Cualquier solución a esta anomalía tendrá que venir desde fuera de la línea oficial, y los partidos no perdonan, entre otras cosas porque responden a la ley de ocupación automática de los vacíos. Pero será difícil encontrar para su puesto a alguien con tanta determinación y entrega, con esa energía que parece inexplicable que desprenda una figura tan menuda como firme. Su reciente historia política demuestra que está a prueba de dragones y hasta del fuego amigo. Cuando el PSOE la compró no sabía lo que valía.

Y Arroyo. Otra política hecha a sí misma. Cuando la nominaron para la alcaldía de Cartagena lo tenía todo en contra, incluso a algunos les parecía que el PP le ofrecía un clavo ardiendo para descargar San Esteban de inteligencia molesta. Estos dos primeros años ha sabido mostrarse discreta, a la espera de su momento, sin irrumpir en los espacios de la alcaldesa vigente, aunque complementándola. Carece por completo de complejos y va a por todas sin empujar a nadie. En su partido se han percatado de que no se resigna a ser una solución provisional o de repuesto y en las altas esferas están decididos a que se haga cargo de la dirección local del PP para que la apuesta sea total. Ella es paciente y sensata y muy capaz de elaborar estrategias sigilosamente y a medio plazo. Va a contar, claro, con toda la ayuda del Gobierno regional (como, en justicia, cabe decir que Castejón lo ha tenido en gran medida del nacional, a pesar de haber sido excluida). Viene Arroyo del clan de Martínez Pujalte y telecompañía, pero debe ser consciente de que para la envergadura de su empeño ha de prescindir de tutelas y grupúsculos. Dispone, en la práctica, de un año, porque el último del mandato estará trufado de flecos preelectorales.

Ayer fue bendecida por la cúpula de su partido en pleno, con Casado Lannister tomando tierra en Desembarco del Rey (nunca mejor dicho para Cartagena), con su ‘mano del rey’, Teodoro García, a pespunte. Pero se pudo percibir un ‘pequeño’ fallo entre tanto glamoor: la ausencia de la exalcaldesa Pilar Barreiro, quien con casi toda seguridad no fue invitada. Y es un fallo porque mientras el PP no entienda que la Cartagena moderna es obra de Barreiro, por muchas e importantes cosas de tipo estructural que todavía le faltan, no podrá conectar su gestión al trabajo bien encauzado que ha convertido la ciudad en una de las más hermosas del Mediterráneo español, remontándola desde una crisis económica y de modelo que parecía liquidadora hasta su actual esplendor turístico, cultural, arqueológico e industrioso. Si la causa de su exclusión de la pompa reside en que es amiga de Rajoy, el PP tiene un problema.

El mandato del pacto PP-PSOE-Cs se resume en hacer política. Hacer política consiste en tomar decisiones valientes, inteligentes y adecuadas en situaciones complejas. Y si es necesario, contra convenciones esquemáticas. Hacer esto contiene un nivel alto de riesgo, pero si se actúa con convicción y fortaleza es muy probable que todo se resuelva con éxito. De momento, va estupendamente, quién lo diría.