La Iglesia católica ha abierto un proceso sinodal que llevará dos años para reorientar el rumbo hacia una realidad basada en el consenso entre todas las realidades implicadas en su desarrollo en medio del mundo y en su misión. Sin embargo, en los documentos que hasta ahora se han publicado no hay ninguna referencia expresa a que las mujeres tengan un papel específico alentado por la autoridad eclesiástica. Se ha dirigido a los fieles en general y a los obispos en particular, pero no se dan instrucciones específicas para que se promueva la participación de las mujeres exigiendo, por ejemplo, que exista un número, si no paritario, al menos suficiente de mujeres en los procesos de toma de decisiones.

Es comprensible que el llamamiento a la participación se abra al pueblo creyente, sin distinciones, pero no se comprende el motivo por el que no se dan instrucciones precisas sobre la composición de los grupos de trabajo que en las diócesis o en las Conferencias Episcopales deberán realizar la labor de síntesis de las propuestas que los fieles remitan en la consulta que se va a realizar. Resulta de máxima importancia que la presencia de las mujeres en estas comisiones sea suficientemente representativa, tanto de sus inquietudes como de su peso real en las comunidades. Por suerte, contamos con un número muy alto de mujeres sobradamente preparadas para realizar esta labor y no es aceptable que en esas comisiones solo se represente el sentir de una parte de la comunidad eclesial.

Si las consultas al pueblo creyente van a ser recogidas y sintetizadas por un grupo de expertos del orden sacerdotal, el resultado diferirá en poco de consultar directamente al estamento clerical. Es imprescindible que la voz de las mujeres se oiga en los grupos de trabajo que preparen los documentos que sean remitidos tanto a las Conferencias Episcopales como después al Sínodo de obispos definitivo. Si esa voz no se oye directamente, si está mediada y mediatizada, lo que se conseguirá es mantener a las mujeres en el mismo estatus que han tenido siempre en la Iglesia. Como dijo el Sínodo de obispos de 1985 que propuso la adecuada interpretación del Concilio sobre la Iglesia, las mujeres deben «expresar su servicio a la Iglesia según sus propios dones», o dicho en los términos que en España se utilizaron durante muchos decenios: las mujeres deben ocuparse de «sus labores».

Si el proceso sinodal no estipula una ruptura radical del proceso clerical, será imposible modificar nada significativo en la Iglesia. Nos jugamos el futuro en la Iglesia, solo podremos sostener nuestra fe en el tercer milenio si somos capaces de saltar amarras con una tradición nefasta que nos ha hecho perder el rumbo de la verdadera Tradición, aquella que se vincula con la creación de un mundo de misericordia y justicia.