Regarder, écouter, lire es el título que cierra el volumen que la Pléiade dedica a Claude Lévi-Strauss. De su ingente obra sólo unos títulos tienen su lugar en la edición que podemos llamar clásicos. Y esto por voluntad propia. Ahí se encontrarán aquellos títulos que marcaron su viaje intelectual y son hitos de su pensamiento. Otros títulos que representarán su trabajo de etnólogo y antropólogo serán leídos en sus diversas ediciones, su lugar. Ahora se trata de sugerir un largo viaje que inaugura Tristes Tropiques y que se concluye con la reflexión sobre las Ciencias Sociales de quien se considera un ‘humaniste modeste’. De una forma libre, dando cuenta a título de síntesis de largos años de probada observación, anota: «Proust compone la sonata de Vinteuil y su célebre frase a partir de impresiones experimentadas escuchando a Schubert, Wagner, Franck, Saint-Saëns y Fauré. Cuando describe la pintura de Elstir, nunca se sabe si está pensando en Manet, en Monet o en Patinir. Existe la misma incertidumbre en cuanto a la identidad de los escritores concentrados en el personaje de Bergotte».  

Música, pintura, literatura se presentan como construcciones en las que se superponen momentos y lugares, escrituras varias recogidas en la memoria que no solo archiva sino que orienta la composición. No en vano su fidelidad a Proust transciende la parte emotiva de las ausencias sino que igualmente remite al trabajo por restaurar el tiempo de las cosas y acontecimientos, aquel tiempo que como sombra acompaña la vida tan poco cronológica. Desde un extraño regard éloigné discurría su obra en los diferentes sistemas que Tristes Tropiques habían ya señalado. Y la lección inaugural en el Collège de France, sin duda uno de sus textos fundamentales, nos introducirá no sin polémica en el universo de órdenes y clasificaciones que orientan las formas mentales de los pueblos que se hallan en la base del inmenso trabajo de Mythologies y que recogen 113 relatos que cifran, en su conjunto, la historia más variada jamás contada. En el juego del aparecer y desaparecer se va iluminando la lógica de procesos culturales irrepetibles que dan cuenta de la historia humana, tal como afirma en La voie des masques.

Recuerdo la fuerte impresión que tuve al asistir por primera vez a su Seminario en el College de France en 1981. De una forma socrática y al mismo tiempo desafiante venía a decir que lo más importante en la investigación etnográfica era «atreverse a construir relaciones, asociaciones entre los elementos observados». En efecto, en los sistemas mitológicos que Lévi-Strauss identifica observamos en sus análisis una lógica con la que reconstruye el orden de las estructuras y desde ahí su correlación con las formas de vida y la cultura. Para elloes necesario recorrer el largo viaje que va de lo sensible a lo inteligible, siguiendo un camino de relaciones e inferencias que dará lugar a la configuración de un sentido. La mirada puede detenerse en un tatuaje o en el rostro de un joven caduveo o en el ritmo de una danza bororó. Lo que importa, dice Lévi-Strauss, es llegar a la comprensión de aquellos signos que esconden su verdad como en el caso de la piel del joven caduveo, teñida de azul, sobre la que se recortan entre geometrías y arabescos los principios sociales de jerarquía y reciprocidad. Aparecen así nuevos niveles de significado que dan lugar a un relato que la antropología sostiene con su ejercicio, iluminando desde los signos la verdadera historia humana.

En conversación con Didier Éberon le confesará que en Mythologies he fragmentado una materia mítica y luego he recompuesto los fragmentos creando un nuevo sentido, algo así como Max Ernst hace en sus collages. Elementos visuales muy diferentes ordenados ahora de acuerdo a una lógica aleatoria que los surrealistas impusieron a las formas del arte como posible discurso expuesto en un escenario teatral más cercano de lo onírico que de la realidad.

Es la fascinación que le produce el mundo de Max Ernst, a la hora de construir un nuevo sistema visual regido, por una parte, por una lógica cercana al sueño, pero por otra restaurando otro orden posible tal como mostrará en La Pensée sauvage. Allí podemos ya identificar la idea que desde el inicio orienta su trabajo: «Siempre he amado el reflejo, aunque fuera fugitivo, de una época en la que la especie se adaptaba a las condiciones de su universo y en la que persistía una relación adecuada entre la libertad y sus signos». Todo le resultará fascinante entre los Caduveos, Bororos, Nambikwaras y Tupi-Kawahibs sobre los que construirá la base de su mirada. Ahí está el ejemplar estudio sobre la construcción laberíntica de los sistemas totémicos y su capacidad de definir su orden simbólico y su organización social.

Más allá de los territorios tradicionales de la antropología se abre desde su propia obra un nuevo espacio de nuevas curiosidades y problemas. Una mirada como la suya atenta a identificar las relaciones que atraviesan igualmente la pintura, la música, la literatura y las artes en general. Con sutilidad proustiana volverá a mirar a Poussin, a escuchar a Rameau, a leer Diderot como variaciones de un mismo ejercicio. A la cercanía a Proust se sumará la fidelidad a su maestro Benveniste, para quien las formas de la cultura pueden entenderse ante todo como lenguaje.