Esta semana hemos celebrado el Día de la Región que, como muchos saben, coincide con la celebración de San Primo, cuyo nombre no nos favorece y puede tentar al cachondeo, pero, como también la Iglesia dedica el 9 de junio a la memoria de San Efrén, que es un nombre que significa ‘fructífero’, digamos que estamos empatados en los que a santos del día se refiere. Como ha quedado demostrado por este periódico en sus páginas recientes, doctores tienen la iglesia, en cuanto a Sociología y Estadística se refiere, que han explicado la idiosincrasia del pueblo murciano y su impacto en ‘la piel de toro’, que era como los franquistas llamaban a España, fíjate tú. Pero quizás no sea malo acercarse desde el analfabetismo sociológico a este tema de la Región de Murcia y lo que se llama la cohesión ciudadana, bien es verdad que solo basándolo en lo que se percibe aquí y allá de nuestra no muy vasta región, porque, para comenzar, habrá que reconocer que es pequeña, bueno, pequeñica.

Todo comenzó cuando se arreglaron las Comunidades Autónomas. Hasta entonces, cuando estudiábamos las provincias españolas en el colegio y nos preguntaban sobre la nuestra, respondíamos: ‘Murcia 2, Murcia y Albacete’, aunque ciertamente todos sabíamos que los albaceteños se consideraban manchegos y que de murcianos tenían lo que yo de cura, por más que la cercanía entre algunos pueblos fronterizos hacía que todo se mezclara: acentos al hablar, costumbres, celebraciones, ritos, formas de cocinar los alimentos, sexo interprovincial de mucha calidad, etc. Las influencias de las comarcas cercanas también eran sentidas en muchas otras regiones, incluso entonces, que era obligatorio ir todos juntos en unión, defendiendo la bandera y la santa tradición, los catalanes eran los catalanes, los vascos eran los vascos, y en cuanto te alejabas un poco de la playa, los valencianos eran los valencianos, y así sucesivamente.

Pero, ¿y la Murcia actual? ¿Nos sentimos todos murcianos? La respuesta a mi juicio es que sí, que nos sentimos de aquí, pero que hay muchas diferencias en el sentimiento de la cosa, en cómo se percibe y en cómo se le hace percibir a los demás. Un ejemplo: ¿cuántos cartageneros han dicho la frase ‘yo soy murciano’ alguna vez en su vida? Por supuesto que algunos, que varios, que incluso bastantes, pero ahí se acaba la cosa. El hecho que la Comunidad Autónoma se llame como su capital no ayuda mucho, porque no sé yo por qué no somos como Andalucía o Galicia, incluso como La Rioja, que tiene un nombre la Comunidad y luego sus capitales se llaman de otro modo. Una cosa debería ser la Región y otra la capital, y así los de El Albujón, no serían murcianos, que tampoco les hacía falta.

Otra cuestión es la rivalidad local entre vecinos, la enemistad tradicional, el cachondeo entre los de un pueblo y el de al lado, que eso, aquí, abunda muchísimo. Ya sé que en todas partes cuecen habas, por ejemplo, en el mal llamado Reino Unido, porque los ingleses siempre han mirado a los galeses por encima del hombro, a los escoceses por encima del fusil, apuntando, y de los irlandeses que eran católicos para qué vamos a hablar. Y aquí tenemos lo de Caravaca y Cehegín, lo de Águilas y Lorca, lo de Cartagena y Murcia ciudad, etc., que no es de armarla a tiros, pero sí a cachondeo no desprovisto de esa mala uva tan bonica, y tan jodía, a veces.

Por otro lado, se habla mucho últimamente de nuestra forma de hablar, de que pronunciamos mal y nos comemos sílabas. La verdad es que hay personas en esta Región que sí tienen un fuerte acento, pero también hay otros muchos que hablan un castellano más que pasable. Además, por qué los andaluces pueden hacer lo que quieran con las palabras y eso se considera hasta gracioso –‘0zú, la probe mujé, que zola está’, y lo nuestro de dejar caer un poco el maxilar inferior al terminar las palabras no le cae bien a nadie. Y ya que estamos con el Reino Unido, escuchen ustedes hablar inglés a un escocés de Inverness, y ya verán lo que es acento. Además, que de pronto te empiezan a hablar en gaélico, y entonces sí que te quedas con la boca abierta.