Muy probablemente, sobre todo si no ha sido demasiado madrugador, yo me estaré casando mientras lee esto. «Vestida de blanco», como cantaba La Dúrcal, ‘camino del altar’. No ha sido una boda excesivamente organizada, ni premeditada, ni siquiera esperada. Ha sido como todo en nuestra vida (de pareja), circunstancial, providencial y, seguramente, necesario. Una larga serie de caprichosas casualidades, o causalidades, me pusieron en tu vida en el tiempo y lugar indicado. Pero no basta con eso, además hay que ser valiente y osado para jugársela; y nosotros, compañero, decidimos aventurarnos. Quizás con ciertos titubeos y la zozobra que provoca lo ya vivido y acumulado, pero también con el convencimiento de que era mejor arriesgar, incluso con la opción de fracaso, porque en caso de victoria iba a ser muchísimo más lo conquistado. Y eso que entonces ni vislumbrábamos la familia que, a día de hoy, hemos formado.

Para saciar sus instintos de curiosidad, apuntaré que, pese a ir de blanco, no soy una novia del todo convencional. Con rejilla en la cara, largo midi, talle entallado, escote corazón y mangas abullonadas he elegido un look Sophia Loren, pues si hay que deslumbrar qué mejor opción que emular a la diva italiana. Labios borgoña, sin sostén y melena alborotada, pues una se casa una vez en la vida y yo persigo la suerte de la actriz romana, pues se casó dos veces con el que fuera el amor de su vida, y no tanto la de su coetánea Elisabeth Taylor, que coleccionó en vida hasta ocho matrimonios; aunque quizás haber compartido lecho con Richard Burton lo compensara.

Se ha dicho que somos la generación del miedo al compromiso y, quizás, las estadísticas así lo ratifican; sin embargo, creo que se trata más de una cuestión de tiempo que de fe en lo que se está haciendo. Muchos de los míos nos hemos casado o comprometido porque ‘era lo que tocaba’, ‘porque después de muchos años de novios, se esperaba’, ‘porque era el siguiente paso en una vida, más o menos, normal y ordinaria’.

Pues nosotros, ‘Hombre del Renacimiento’, hemos desafiado todos esos tiempos, estableciendo un calendario propio en el que nuestro mayor compromiso, que es nuestro hijo, lo sellamos con menos de un año de noviazgo. Y una vez que compartimos eso no hay juramento más ‘sagrado’, pues esto sí que nos une de por vida, en lo bueno y en lo malo.

Por eso, si me preguntas, no puedo estar más convencida de lo que hoy hago. Sí, quiero. Por quien eres, por quienes somos y por quien soy estando a tu lado.