La vida es la vida» Esta era, según su hermano Víctor, una de las frases míticas de Sergio Navarro, un joven cartagenero de 42 años que falleció hace unos días mientras hacía una de las cosas que más le gustaban, ir de excursión con sus amigos. Su hermano explica que fue completamente inesperado, de repente, que su corazón se paró, aunque su alma sigue viva en su familia y en todos los que lo han conocido, porque Sergio dejaba y ha dejado huella. ¡Ojalá lo hubiera conocido!

«La vida es la vida». No hay un guion preestablecido y, aunque sabemos el principio, ni por asomo podemos tan siquiera prever cuándo será el fin, al menos en este lugar que conocemos llamado mundo. Eso sí, tenemos la opción de pasar por ella como Sergio, que se hacía querer por todos, o como aquellos a los que la ira y el odio cobarde e incontrolado les derrota y arrasan con todo lo que tienen por delante, aunque sean dos bellos ángeles inocentes. No existe juicio capaz de hacer justicia ante una barbarie así, pero no gastaré ni una letra más en darle protagonismo.

Porque no me resigno a ceder al pesimismo que nos suele invadir cuando algo así sucede. Y tampoco caigo en la ingenuidad de quien cierra los ojos para no ver que el mal existe, que está ahí, a la vuelta de la esquina. Simplemente, prefiero no regodearme en las desgracias. Por supuesto que me solidarizo con los que sufren y me encantaría poder evitarles sus tragedias, pero para avanzar hay que mirar hacia delante, y la retahíla de sucesos con asesinatos, violaciones, maltratos y todo tipo de aberraciones que inundan los pocos minutos de un telediario no ayudan.

Yo prefiero detenerme y fijar la vista en las buenas noticias, las que nos hacen sentir que, pese a todo, «la vida es la vida». Y merece la pena, aunque, a veces, nos la pongan tremendamente difícil.

Un rincón como éste en el que me permiten acompañarles los sábados podría centrarse en un día como hoy en el relevo en la alcaldía de Cartagena, como el culmen a un pacto ejemplar del que muchos en España tendrían que aprender, porque parece que nuestros políticos aún no se han enterado de que lo que queremos no es que se peleen, sino que se entiendan por su bien y el nuestro. Si ha habido fisuras en la alianza entre la alcaldesa saliente, Ana Belén Castejón, y la entrante, Noelia Arroyo, las han ocultado más que bien, porque lo que se ve a simple vista son un respeto y admiración mutuos que auguran otro bienio de paz y entendimiento en nuestra ciudad, siempre con el necesario apoyo del leal ciudadano Manuel Padín. Suerte a los tres, porque su suerte será la nuestra y enhorabuena por el ejemplo dado de que por delante de las siglas, por muy opuestas que sean, estamos los ciudadanos.

Pero tampoco quiero que los avatares de la política centren nuestra cita de hoy. Lo que me gustaría en esta ocasión es presentarles a la pequeña Noa y, sobre todo, mirar a la vida con sus ojos de ilusión y de esperanza. Esta niña de 12 años ha recorrido buena parte de los medios de comunicación impresos de nuestro país, también ha llenado algunos minutos de radio y alguna que otra ráfaga en algún que otro telediario. Pero Noa no ha copado portadas, no ha monopolizado las ondas ni las pantallas. Su logro ha quedado en un segundo plano para la inmensa mayoría de nuestro mundo, aunque para muchos sea todo un mundo ver que el milagro de recuperar la visión perdida empieza a ser una realidad.

Noa padece una enfermedad rara, una distrofia hereditaria de retina llamada Amaurosis Congénita de Leber. Nació con ella y desde muy pequeña presentó síntomas de que su vista se iba apagando de forma progresiva. Estaba condenada a la ceguera hasta que los científicos han logrado dar en la tecla de su gen fallido y la han convertido en la primera paciente de España en ser operada de una patología retiniana.

A Noa no la frenaba su falta de visión, pero recuperar parte de la vista perdida le ofrece un mundo de nuevas posibilidades, al que mirar con un nuevo optimismo y que abre la puerta de la esperanza a otros que se sentían tan condenados a la oscuridad como lo estaba ella. Noa representa ese aluvión de buenas noticias de las que también podemos y debemos hacernos eco, con el mismo empeño o más que le damos a las tragedias y pesadillas que también asolan nuestra sociedad.

Ya sé que la noticia no es que el perro muerda al hombre, sino lo contrario. Ya sé que los sucesos suelen copar las listas de noticias más leídas de periódicos y webs informativas y que cuanto más morbosos, más arriba. Ya sé que todos nos sentimos con el corazón roto y encogido cuando nos ponemos en la piel de Beatriz y pensamos en sus dos tesoros perdidos.

Pero también sé que la gente puede ser maravillosa, que, como decía Sergio «la vida es la vida» y que podemos mirarla con los ojos de Noa, alegres y esperanzados en un futuro mejor.