Hace poco escuché hablar sobre la importancia de mantener no sólo el cuerpo sano, sino también la mente sana. La conversación venía a cuento por cómo los episodios de abusos infantiles dejan para siempre una huella, indeleble, en la mente de los niños, y el modo de superar las secuelas, de esos, y de otros traumas. Dado que la mayor parte de los niños que sufren traumas psicológicos no son capaces de entender ni de interpretar qué ocurre, sino hasta que pasa un tiempo, se revelaba como algo muy importante, y de utilidad infinita saber entrar a tiempo en la mente de esos niños para conseguir desbloquear los códigos emocionales que ocasionan esa tormenta interior. A diferencia de los golpes físicos, que dejan marcas, las lesiones emocionales son invisibles al ojo humano, y son difícilmente detectables.

Sin embargo, no sólo hablaban de esos casos infantiles, sino en general de lo importante que es detectar a tiempo cualquier conato de desequilibrio emocional o mental. Con los niños solemos cuidar de que vayan aseados y con la ropa adecuada, que tengan amistades y ambientes saludables, pero no sabemos realmente qué tuercas se mueven en su mente. Una de mis obsesiones, cuando mis hijos me cuentan lo mejor del día, es detectar algo descolocado, algo que me haga intuir algún desorden en esa máquina interior que son el cerebro y el corazón de cada uno de mis hijos. Ya sabes que no me duermo sin saber cómo han pasado el día.

La vida que llevamos no es precisamente saludable mentalmente hablando. No es un secreto que los trastornos depresivos serán la epidemia de este siglo. Entonces, si resultamos agraciados, ahora o en el futuro, con uno de estos problemas mentales, ¿qué haremos?

Recuerdo cuando el marido de una amiga tuvo una depresión de caballo. Cómo ella le llevó de una oreja al médico, cuando aún no se sabía qué demonios le pasaba, y cómo entre los dos lucharon contra aquella bestia que se les había colado en casa. Él luchaba contra ese ‘Alien’ que le poseía, y ella luchaba resistiendo y reponiendo las reservas de la santa paciencia que tuvo que ponerle al tema.

Una vez me atreví a preguntar cómo lograba resistir a su marido así, pegando con todo, y me respondió que, aunque era penoso verle presa de su estado de ánimo, zarandeándole como a un trapo, a ella le daba valor ver que, debajo de aquello, aún podía ver a su marido luchando por liberarse. Y sencillamente era incapaz de abandonarle en esa lucha. Nunca he encontrado a otra persona tan valiente. Esa mezcla de tolerancia y comprensión que este afortunadísimo marido encontró en mi amiga no es fácil de encontrar en el mundo de hoy, donde lo que se busca es la propia satisfacción. Si puede ser, instantánea.

Cuando leí Los renglones torcidos de Dios quedé impresionada tras ver un manicomio por dentro, con sus moradores y sus historias particulares. Y lo importante que era tratar a tiempo y adecuadamente estos trastornos. Hacer como mi amiga: el tratamiento adecuado, por un lado, y las dosis necesarias de tolerancia y comprensión, por otro.

En la entrevista que escuché, también hablaban del sentido del humor como medicina imprescindible para afrontar esta clase de retos. Me lo creo. Pensé en la cantidad de gente que está pasando por un divorcio, una enfermedad o un despido laboral y encima tiene que luchar contra el estigma del desequilibrio emocional. Creo que es hora de que nos cuidemos también por dentro.

La salud mental no es cosa de locos.