Desde el 1 de enero de 2021, diecisiete mujeres y dos menores han sido asesinadas por la violencia machista, y seis menores han quedado en situación de orfandad. Siete mujeres y un niño han sido asesinados en los últimos quince días. Una sociedad democrática se levantaría indignada ante este brutal número de víctimas, pero parece que aún nos queda un largo camino por recorrer para que se comprenda que este es un problema de todas y todos. Un problema que trasciende edades, clases sociales y religiones. Que existe en todas las sociedades y culturas.

La violencia machista es uno de los retos más difíciles a los que se enfrenta la sociedad y una vez más tenemos que alzar la voz para que sea considerada un grave conflicto social. Porque todos y todas tenemos en nuestro entorno más cercano numerosos agresores que arruinan la vida de sus parejas o exparejas. Estas mujeres que son degradadas, deshumanizadas al ser tratadas como objetos a los que no se les debe ningún respeto ni consideración. Los maltratadores no consideran a sus víctimas sujetos de derechos.

Así, frágiles e inseguras, es más fácil aislarlas de su entorno. Un entorno que desconoce su situación, porque no es fácil contar humillaciones y desprecios. En otros casos, incapaces de comprender el sufrimiento y el dolor que soportan, las acusan de hacerse las víctimas y de que no son capaces de defenderse, de luchar por su vida y su libertad.

La forma más terrible de la violencia contra las mujeres son los asesinatos, pero hay muchas más violencias que están inmersas en todos los ámbitos de nuestra vida. Una de las más eficaces es la violencia simbólica, menos visible, que se transmite a través del lenguaje, de los mensajes en los medios de comunicación, de las costumbres. Una violencia que va convirtiendo a las mujeres en esas ‘cosas’ que sólo existen bajo la mirada del otro. La que asegura la dominación y la que justifica y legitima la violencia estructural y la violencia directa.

Esto se puede apreciar muy bien si hablamos de la violencia sexual: desde niñas, a las mujeres se las educa para autoprotegerse. A ningún varón se le educa bajo la premisa de que un día va a ser agredido sexualmente. Ocurre lo mismo cuando son demandantes de empleo: la apariencia física es un factor mucho más importante que en el caso de los varones.

Otro ejemplo lo tenemos en la Real Academia de la Lengua. Parece que aún no han encontrado suficientes obras y autoras de referencia para que aparezcan en los libros de texto las aportaciones de las mujeres. No hace falta bucear en estadísticas, sólo hay que abrir los libros de texto de cualquier niña o niño en su hogar. Los tenemos muy a mano. Como consecuencia las niñas y jóvenes realizan todos sus estudios sin conocer las aportaciones al conocimiento de la mayoría de las mujeres. Se habla, con motivo del 8 de Marzo, del Día de la Ciencia de las Mujeres, de las denuncias de las filósofas… todo extracurricular, de prestado. Es una lucha permanente contra la invisibilidad de las mujeres. Una lucha que ahora se ve agudizada por el discurso de la ultraderecha que insiste en negar la violencia de género, y quiere que desaparezca de los centros todo intento de educar en la igualdad entre mujeres y hombres. En la Región de Murcia se intenta materializar a través del veto parental. Por ello sigue siendo urgente avanzar en en el desarrollo de programas de prevención de la violencia de género en los centros educativos e insistir en una educación en y para la igualdad.

Por todas estas razones esperamos que la Ley Orgánica 8/2021de 4 de junio de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia, suponga un impulso y sea un instrumento que nos permita avanzar en la lucha contra todas la violencias, y en el tema que nos ocupa: la lucha contra la violencia de género.

Ya en el Preámbulo, la Ley establece la conexión de su propósito con objetivos sociales más amplios, como son los compromisos del pacto de Estado contra la violencia de género, o de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible. La Ley señala específicamente la meta 16.2: «Poner fin al maltrato, la explotación, la trata y todas las formas de violencia y tortura contra los niños» dentro del objetivo 16 de «promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas». Se destaca además que «las niñas, por su edad y sexo, muchas veces son doblemente discriminadas o agredidas. Por eso esta ley debe tener en cuenta las formas de violencia que las niñas sufren específicamente por el hecho de ser niñas, y así abordarlas y prevenirlas a la vez que se incide en que sólo una sociedad que educa en respeto e igualdad será capaz de erradicar la violencia hacia las niñas».

Uno de los pilares que la Ley establece como base para el avance hacia estos objetivos es una educación transversal, participativa e inclusiva en «el respeto a los demás, a su dignidad y sus derechos», tal y como establece el artículo 30, que recoge los principios que guiarán el ámbito educativo. Todo ello prestando una especial atención, entre otras cuestiones, a la igualdad de género y «orientada al aprendizaje de la prevención y evitación de toda forma de violencia y discriminación, con el fin de ayudarles a reconocerla y reaccionar frente a la misma».

Sea bienvenida la Ley.