Suena el despertador, abro los ojos y agarro el periódico. Un galeón se aproxima y todo esto ya lo he visto. Oriol Junqueras perora desde el Ara y La Sexta. Sus palabras, como ceras blandas, dibujan un futuro color de pasado. Es el tono sermoneador de siempre, con la licuefacción adjetival que no faltó ni en sus soflamas más encendidas, cuando se le quedó pegado al cuerpo el disfraz de evangelizador. Retórica pastoral en un texto que huele a copia y pega, y te ciñe un alzacuellos en la garganta a poco que lo leas. Está escrito con manos abiertas para orar, es decir, para exigir. Y donde siempre, la línea roja. Recalca Junqueras su objetivo inmutable con una novedad: hoy es acceder al reino de los cielos republicanos por el venir de los indultos estatales. Pero al final, referéndum pactado o sin pactar, autodeterminación.

Ignacio Varela, a quien siempre hay que tomar en serio, habla en una columna de un segundo procés junqueriano, que se caracterizará por la dilatación del tiempo. Sobre el tiempo y sus fenómenos podemos escribir un tratado aquí, a este lado del Ebro, encerrados como estamos siempre en la cárcel del futuro. Porque si para el resto del mundo el futuro es la novedad, lo inesperado, lo mutable, para los catalanes, en cambio, el futuro es una prisión con una sola puerta, que es la independencia. Cualquier camino que no conduzca a ella es un rodeo circular que nos vuelve a colocar en el ayer. Mientras no llegue la independencia a Catalunya, no habrá otra cosa que retorno, volverlo a intentar.

Grave problema. El artículo 92 de la Constitución tampoco ha cambiado, y es una puerta que da a un muro, como las del castillo del programa Humor Amarillo, donde los chinos eran japoneses. Dice así: «Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos. El referéndum será convocado por el Rey, mediante propuesta del Presidente del Gobierno, previamente autorizada por el Congreso de los Diputados». Subráyese «todos los ciudadanos», subráyese «previamente autorizada por el Congreso de los Diputados», y trate de razonar Bill Murray, de nuevo en el día de la marmota, en qué pasado estamos, si en el de 2014 o en el de 2017. Aunque tener al PP recogiendo firmas nos da un poco más de distancia, ¿tal vez hemos vuelto quince años atrás?

En fin. He leído glosas al texto de Junqueras desbordantes de optimismo. Suponen que el abad admite sus errores y abandona la unilateralidad. Es una conclusión un tanto extraña, que me hace pensar que la epidemia de covid quizás nos haya arrebatado la memoria, o la capacidad de leer. Porque, en la pura literalidad de la carta, Junqueras no lamenta haberse saltado la ley, que tilda de injusta y castradora, sino que pide disculpas por haber fallado, por haberse precipitado. Aunque acepta que gran parte de la sociedad catalana no está de acuerdo con la ruptura, lo que expone no es la aceptación de la realidad, sino la voluntad de evangelizarnos. Quiere transformar en independentistas a quienes no lo son, como los curas que en América querían convertir a los indios en cristianos. Quiere someter a los infieles, y tiene derecho a ello. Los sentimientos de los catalanes son un instrumento y Junqueras precisa más almas para su cruzada.

Viviremos por tanto una época de evangelización blanda, bendecida por el Gobierno central, que necesita tener ocupados en algo a los independentistas de Esquerra porque de sus escaños en el Congreso depende su supervivencia. Junqueras ha tenido a bien aceptar los indultos, como quien agradece un gato de escayola horrendo regalado por una vecina loca, y ha ofrecido a cambio un poco más de tiempo al Gobierno, que el Govern de ERC empleará en la conversión de los paganos. Usará lo que tenga a mano, la escuela, la calle, las exposiciones, las manifestaciones, la propaganda, los medios, sin aceptar jamás una idea tan dura como la ley: que muchas personas que habitamos aquí sólo votaríamos ser independientes del Gobierno independentista, de su propaganda, de su obcecación.

La marmota Oriol salió d la madriguera y vio su propia sombra proyectada, anunciando dos años de manipulación, turra y propaganda.