Brilla un sol esplendoroso de junio, apenas ensombrecido por el recuerdo de alguna tormenta pasajera, que nos ha impedido limpiar esas manchas rojizas que la lluvia trae a la región donde crece el limonero. Agujas afiladas, y diestramente manejadas, luchan con valentía y precisión contra los ejércitos invasores de la Covid, pronto estas fuerzas hostiles sucumbirán. Todo anuncia un día bello de celebración, de exaltación de nosotros mismos y de autoafirmación. Qué gran región somos, qué pedazo de tierra bendecido por la Providencia, vástago del Paraíso terrenal. Busco los motivos de la alegría veraniega que ya lo inflama todo. Y veo que siendo muchos, es verdad, encuentro también algunas nubecillas livianas, que quizá merezcan ser consideradas pues ensombrecen un poco, no mucho, el magnífico horizonte bajo el que vivimos tan regalados.

Quizá algún día conmemoremos, en futuras jornadas de esplendor, el final de la explotación de mujeres extranjeras, trabajadoras del campo acuciadas por la necesidad; y que ya no sean amenazadas, hostigadas y acosadas para satisfacer a quien tiene su destino en las manos. Cuando dejen de existir hechos semejantes, habrá más que celebrar. Quizá algún día nuestros hermanos no tengan que refugiarse en habitáculos que no merecen el nombre de viviendas, esperando a que los llamen para trabajar. Cuando dejen de existir noticias como estas, habrá, seguro, algo más que celebrar.

Quizá algún día este paradisíaco jardín pueda proteger sus espacios naturales de la especulación, quizá pueda salvar para sí y para la humanidad la frágil belleza de una pequeña laguna salada; cuando no recibamos noticias inquietantes sobre la asfixia de su fauna y sobre la amenazante política medioambiental, quizá entonces habrá algo más que celebrar. Quizá algún día cuando los sueños de esperanza y recuperación económica no se basen en el renacimiento de una nueva era inmobiliaria, repitiendo el mismo modelo que periódicamente agoniza y entra en crisis, quizá entonces, haya algo más que celebrar.

Quizá algún día el fantasma de la pobreza endémica desaparezca y no se hable de personas, miles de personas, en situación de riesgo por carencia material, expresión eufemística para referirse a la miseria. Quizá algún día se disipen estos pequeños nubarrones, y entonces, sólo entonces, podremos mirar el futuro luminoso y afrontarlo como venga, en concordia y unión, apoyados unos en otros, en virtud de una mutua amistad, universal, compartida; en lugar de la desconfianza general y la polarización en que vivimos ahora.