Alerto de una nueva moda, una idea nefasta, que está empezando a cuajar en el día a día de nuestras costumbres: la rueda de prensa en plena calle, al aire libre, al sol que más conviene. Que no tiene porque ser, forzosamente, el que más calienta. (Aunque, a tenor de lo visto en los primeros ejemplos (dígase Murcia hace meses, dígase Ceuta hace días), no hace falta el sol para que a unos se les caliente la boca y a otros las manos, en lógica secuencia de hechos. Hasta ahora las hemos visto convocadas solo por algunos partidos políticos. Pero no me extrañaría que, extendiéndose rápido el ejemplo (la velocidad de propagación de algo, lo que sea, nos tiene obsesionados a cuenta del maldito virus), pudiéramos asistir mañana a una rueda de prensa en la que se presentara el nuevo cedé de Love of Lesbian en la confluencia de Tamarit y Borrell, por elegir un recodo tranquilo y con sombra en el remodelado barrio barcelonés de Sant Antoni, y acercarnos después, ¿por qué no? a media tarde, a la del último libro de Javier Cercas, justo en el cruce que forman Enamorados e Independencia, dos calles no escogidas al azar, precisamente.

De cundir el ejemplo, podríamos llegar a ver a Ronald Koeman asomado al balcón del Nuria, por encima de la fuente de Canaletas, contestando desde allí las preguntas que genere el recién terminado partido del Barça. O, quizá, a Reyes Maroto, ministra de Industria, intentando aclararse con las tarifas eléctricas mientras camina (ella y la prensa, llevando el paso) por la calle de la Fosca a las primeras del día y por la de Linterna al caer la noche.

Apunto aquí, a modo de sugerencia, los nombres de otras calles de Barcelona en las que se podrían convocar ruedas de prensa en amable consonancia con las materias de que se trate. Los hay para todos los gustos, cargos, ideologías y gremios. A lo ancho y largo de la ciudad.

Esas ruedas de prensa, abiertas también a transeúntes y simpatizantes, pueden resultar nefastas, empero, para quienes, en el atril y sobre el estrado, no tengan las cosas claras, incapaces de distinguir la velocidad del tocino. Porque pueden caer, y de hecho han caído todas hasta ahora, en la trampa del más detestable populismo. Darle la razón al primero que pasa (al primero que grita) y negarse a responder la pregunta del periodista es cosa de... ¿ignorantes, ingenuos, novicios, retorcidos, inexpertos, irresponsables, políticos a la fuga?

Imagino la próxima rueda de prensa. Veo al político en el atril. Y veo a los periodistas como veo a mi madre a la hora de la cena, cabal y astuta Cruella de Vil, con el mismo plato que rechacé al mediodía: «¿Dijiste que no querías caldo?».

Durante el siglo XIX muchos Estados iniciaron su proceso de consolidación y la administración pública fue ganando espacios antes reservados a otro tipo de instituciones de carácter privado. Por ejemplo, lo relacionado con la asistencia sanitaria y social estaba controlado por organizaciones religiosas. También la atención a los enfermos mentales, que entonces eran llamados alienados.

A principios de 1800 se confiaba en la posible rehabilitación de estos enfermos pero con el paso de las décadas ganó puntos la idea de que eran irrecuperables y que, como mucho, se les podía recluir en centros (a menudo aislados en áreas rurales) para apartarlos de la sociedad. No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial cuando, gracias a la aparición de nuevas disciplinas como el psicoanálisis, comenzó una incipiente revisión de la manera como se atendía a aquellas personas.

En España el camino fue un poco diferente. Inicialmente estaba al mismo nivel que otros países ya que, en 1822, se aprobó una ley de beneficencia donde se preveía la asistencia de los alienados. Claro que entonces se estaba en pleno Trienio Liberal y sus dirigentes intentaban modernizar el país. Un año más tarde, sin embargo, Fernando VII perpetró un golpe absolutista y se vivieron diez años tan nefastos que se conocen como la Década Ominosa. Como explica el profesor emérito de la Universidad Rovira i Virgili Josep M. Comelles, especialista en el estudio de la asistencia psiquiátrica en España, solo los Gobiernos progresistas llevaron a cabo iniciativas para mejorar la atención de los alienados. Pero esto solo fueron un puñado de años entre 1834 y 1840; 1854 y 1856; y durante el Sexenio Democrático (1868-1874). Y además fueron periodos tan breves que solo ponían parches a una situación nefasta. El Estado no tenía dinero para invertir en el ámbito asistencial e iban a cargo de las instituciones religiosas, muy beligerantes con cualquier aproximación científica al tratamiento de los enfermos.

Ahora bien, en determinadas zonas periféricas el tejido industrial había permitido el desarrollo de una burguesía con recursos económicos y consciente de que no podía contar con el apoyo del Estado. Por eso aparecieron iniciativas privadas. En Catalunya se puede citar, entre otros, el manicomio Nueva Belén (Barcelona), dirigido por el doctor Joan Giné Partagás.

En 1914 las provincias catalanas lograron permiso de Madrid para poder trabajar de manera coordinada y crearon la Mancomunitat, que desplegó una política modernizadora extraordinaria en muchos campos, también en la asistencia mental. Diseñó un sistema de atención territorial liderada por profesionales de la salud. Aquella experiencia sirvió de base para la Segunda República, que fue la primera vez que España se tomó en serio la cuestión.

Desgraciadamente cuando tras la Guerra Civil se impuso la dictadura, el franquismo volvió a la situación anterior. Perseguidos y depurados los profesionales de la época republicana, la Iglesia retomó el control de los centros, apoyados por unos psiquiatras franquistas que tenían como referente a sus colegas de la Alemania nazi. Además, prácticamente no se invirtió en ese sector sanitario.

A finales de los 60 y principios de los 70, la situación fue cambiando muy lentamente y a pesar de la Transición aún tocó esperar unos años para empezar a transformar el sector. En 1986 se aprobó la ley de sanidad, donde se afirmaba que la salud mental tenía que ser considerada en el mismo rango que las otras especialidades.

En 2021 todavía no se ha conseguido del todo. Ojalá las secuelas mentales de la pandemia sirvan para que, por fin, la Administración pública se lo tome en serio de una vez por todas.