No será este un artículo que pretenda estudiar las acciones del pasado, sino las estupideces del presente. La tarde del pasado viernes 4 de junio, el Ministerio de Transportes emitió su veredicto sobre el nombre del aeropuerto de Murcia: no se llamará Juan de la Cierva. Alegan su presunta «colaboración necesaria en el golpe de Estado de 1936». Cualquiera diría que el ministerio que dirige Ábalos tiene la asombrosa tarea de juzgar el pasado, o incluso de cambiar los hechos pretéritos. Incapaces de controlar los problemas actuales, el Gobierno pretende pervertir la memoria. El cambio de nombres en el callejero ha llegado a tal espiral de locura que Juan de la Cierva, el inventor del autogiro, un ingeniero aclamado en el mundo entero (mucho más en el extranjero que en España), no tiene encaje en nuestra realidad.

El informe que ha emitido el ministerio se basa a su vez en otro firmado por el historiador Ángel Viñas, que había publicado previamente dos artículos en su blog y en eldiario.es, titulados «Polémica sobre Juan de la Cierva». En ellos desgrana lo que a su juicio es una prueba irrefutable de que el ingeniero murciano participó activamente en la preparación del golpe de Estado que desembocó en la Guerra Civil: sus amistades. Viñas está seguro de que Juan de la Cierva intervino en la mediación del alquiler del Dragon Rapide, el avión que llevó a Franco de las Canarias a Marruecos. Para ello se basa en cartas (no del propio ingeniero), en rumores y en los amigos que frecuentaba De la Cierva, aficionados a la política que no veían con buenos ojos la deriva de la República española. Un pasaje del artículo pone de manifiesto su falta de honestidad intelectual al servicio a la investigación histórica: «Por sus amigos los conocerás es una máxima aplicable en este caso de Juan de la Cierva».

Es decir, el Gobierno impide que un aeropuerto lleve el nombre de Juan de la Cierva porque éste tenía amigos sospechosos de coquetear con el fascismo europeo. Desconozco quiénes son los amigos de Ángel Viñas, pero sí sé que es miembro del PSOE, parte interesada en esta quema de brujas totalitaria. Sobre los amigos del ministro Ábalos hay menos dudas, pero sí más secretos ocultos en maletas. Siguiendo esta ley del Talión socialista, Largo Caballero tendría que desaparecer inmediatamente de cualquier callejero español, al ser íntimo amigo de Fernando Condés. El nombre no les sonará, pero les ayudo a recordarlo. Fue el asesino de Calvo Sotelo, líder de la oposición al Gobierno del Frente Popular, el 13 de julio de 1936. Sobre las implicaciones de Largo Caballero en el asesinato no hablaré más, pero el presidente Sánchez hace apenas unos meses lo usó como ejemplo de actuación democrática. Sánchez, otro ejemplo de autogiro histórico.

Es indiferente el papel de Juan de la Cierva en la contienda civil a la hora de nombrar un aeropuerto del siglo XXI. La cuestión nunca puede ser esa porque los hechos hay que juzgarlos con perspectiva, y un billete de avión nunca puede estar en la misma balanza que el paredón de la tapia de un cementerio. De la Cierva residía en Londres desde 1925 y murió en diciembre de 1936, precisamente en un accidente aéreo. Lo que se busca con la cancelación de su nombre no es tanto una justicia histórica (estéril a estas alturas). Se trata de conformar una memoria oficial, no de personas limpias de todo sesgo, sino de hombres y mujeres que encajen en la ideología de turno. Por eso es incómodo Juan de la Cierva, porque la propuesta fue aprobada por la Asamblea Regional con los votos en contra del PSOE. Que la Región esté gobernada por el PP no es azaroso en este asunto. Es una decisión, la del ministerio, que apunta no tanto al 36 como a 2021. Un aviso más a San Esteban de quién manda.

¿Qué hubiera sucedido si De la Cierva no hubiese sido murciano y la Región no la gobernara el PP? Basta con mirar a Cataluña. En Barcelona, el transeúnte puede caminar por el Paseo Lluís Companys, visitar el estadio con su mismo nombre y ver estatuas, retratos y homenajes que recuerdan al presidente catalán ajusticiado por Franco. El problema es que Companys dio un golpe de Estado en 1934 y durante la Guerra Civil firmó sentencias de muerte. ¿A nadie en el ministerio le repulsa esta anomalía democrática? El ciudadano de a pie debe transigir con que se celebre a personalidades tan siniestras como Companys pero que se censure al hombre que revolucionó el panorama aéreo mundial. Pero todos sabemos a estas alturas que Cataluña aprueba presupuestos y Murcia ya no le supone al PSOE ni un ligero dolor de cabeza.

Por supuesto que es necesario que en España haya una ley que rija el nombre de las calles ¿Quién puede desear vivir en la calle Francisco Franco o Queipo de Llano? Pero llevar la ley de Memoria Histórica a estos límites solamente se entiende desde el punto de vista de la ignorancia y la maldad ideológica. Con estas medidas se está creando una España enfrentada, que elige entre buenos y malos en virtud no de sus acciones, sino de sus partidarios. No hay peor ejercicio de memoria que la revancha, sobre todo si viene acompañada de desconocimiento. El Gobierno quiere reconstruir la historia. Falsearla y malearla para acercar sus intereses al relato, pero no cuenta ni con la honestidad suficiente para elaborar su discurso ni con la legitimidad moral adecuada. La memoria histórica de España no puede ser lo que diga alguien que trata a Bildu mejor que a De la Cierva.

De Marconi a D’Annunzio, de Günter Grass a Celine, de Heidegger a Leni Riefenstahl, Europa se ha construido con las ideas y los inventos de cientos de hombres y mujeres cuyos pensamientos y acciones se deben circunscribir a su contexto histórico, separando el grano de la paja, lo que hicieron de lo que nos hubiera gustado que hiciesen. Las generaciones del pasado fueron capaces de entenderlo mucho mejor que nosotros. La necrológica publicaba en El Liberal de Madrid el 10 de diciembre de 1936 (rescatada en redes sociales por Roberto Villa García) por el fallecimiento de Juan de la Cierva emociona, sobre todo si se piensa que está escrita en plena guerra y en zona republicana. El titular reza «Una gran pérdida para España». En el cuerpo, se leen fragmentos que nos incitan a la reflexión: «Es indudable que se trata de un hombre de derechas; pero ello no constituía obstáculo para que sus actividades estuvieran enmarcadas dentro de una neutralidad exquisita. Pero aunque fuera lo contrario, aunque el ingeniero De la Cierva hubiérase comportado de otro modo, la noticia tiene demasiada importancia para que le neguemos la indudable que irradia. El apellido De la Cierva quedará perpetuado en la historia de su país de un modo glorioso (ya) que ha ofrecido a la Humanidad las muestras de su extraordinaria inteligencia».

No lo llamen memoria histórica, por favor. El presente se construye con consenso, no queriendo adoptar el traje del inquisidor, sobre todo cuando no hay ni cuerpo para llenarlo.