Si es amigo de Pedro Sánchez, no puede ser moderado», asegura en sus círculos López Miras refiriéndose al líder socialista regional, Diego Conesa. Y añade: «Y menos cuando está en manos de jóvenes radicales como Francisco Lucas», el diputado que es a su vez portavoz del partido. Es, claro, un análisis más bien ingenuo, que tendría sentido si el presidente lo dictara en público, pues entonces pasaría como una pieza de propaganda, pero lo hace en privado, y en tono confidencial, lo que significa que está convencido de lo que dice.

La imagen de ‘amigo de Pedro Sánchez’ es para Conesa una moneda con su cara (estar en línea con la dirección nacional lo confirma y lo arraiga) y con su cruz (haga lo que haga será tasado con el contrapeso del sanchismo, concepto sobre el que la derecha ha construido la idea del Mal sin mezcla de bien alguno). La fallida moción de censura, tramada en la Moncloa a modo de experimento que en calidad de tal concluyó en chapuza; la escasa atención al término ‘transición’ (es decir, poquito a poco, en proceso) que titula al ministerio con responsabilidades sobre la administración hidrológica, dispuesto a no tardar en la ‘solución final’ a los trasvases, y guindas como la de esta semana, en que no se distingue entre la ideología y la acción política del inventor del autogiro, Juan de la Cierva, de sus contribuciones científicas a la Humanidad como ingeniero, son algo más que lluvia fina para erosionar al PSOE; más bien granizo sobre granizo. Y todo, gracias al ‘amigo Sánchez’, quien por si fuera poco valida la caricatura que la derecha le ha dibujado como títere de los independentistas al empeñarse en los indultos a quienes proclamaron ilegalmente la independencia de Cataluña tras un referéndum fraudulento.

Sobre estas y otras cuestiones se podrá opinar lo que se quiera (y hay desarrollos argumentales interesantes en cualquier sentido), pero la realidad es muy terca: son cosas que no contribuyen a trasladar simpatías hacia la izquierda, entre otros motivos porque para su votante potencial tales acciones aparecen desdibujadas e incluso resultan contradictorias con su discurso tradicional.

Mientras tanto, la derecha emplea una lógica que cala sin necesidad de matices y vende su producto como si no fuera ideológico. Es lo normal, el sentido común y tal y tal. No concebir que ese marco está perfectamente construido conduce a la izquierda al aspaviento y a expresar la perplejidad de que, a pesar de lo habido y por haber, el personal prefiera lo malo conocido que lo bueno por conocer. Sobre todo porque no está claro que lo bueno por conocer sea tan bueno.

Como las perspectivas son tan negras, más allá del PSOE, en Podemos, se desata la incontinencia verbal, y alejándose de la autocrítica, incurren en la ‘formula Monedero’ de acusar a los votantes, o bien en recurrir a hipérboles como la de calificar al Gobierno regional de ‘pocilga’, sin reparar en que también los insultos deben graduarse, pues después de llamar cerdos a tus oponentes no quedan tramos intermedios para ir subiendo la escala. Los murcianos votan mayoritariamente a cerdos, esa sería la conclusión; algo, pues, de cerdos tendrán. Después de esto no queda más que refugiarse en la suficiencia intelectual, en la lógica de rebaño, en las teorías de la conspiración, en la complicidad de las piezas del sistema o en cualquier otro recurso consolador. O en lo que es lo mismo, en el reconocimiento ímplícito de la incapacidad política.

Se recurre también a teorías de origen histórico, el sistema feudal, el reparto de las tierras, a la peculiaridad de la burguesía murciana y sus influjos poco menos que en el inconsciente colectivo. Vale. Pero si se tratara de una peculiaridad territorial ¿cómo entendemos lo de Madrid, que es prácticamente calcado desde el punto de vista electoral? ¿En qué se parece históricamente la Región de Murcia a la de Madrid? Y si se trata de buscar explicaciones en Pierre Bourdieu, el asunto es muy interesante con unas cañas en mano, pero en la práctica no hay donde encajarlo.

Si la moción de censura hubiera triunfado, tal vez las encuestas señalarían una mejor perspectiva para la izquierda, sobre todo si el nuevo Gobierno hubiera ofrecido señales sensatas de cambio. Las tendencias, muchas veces, se generan desde el poder. Pero tanto el diseño de la moción como su propia escenificación y resultado pusieron de manifiesto la fragilidad de la iniciativa, las ambiciones personales no tan subterráneas, la insolvencia argumentaria y la debilidad, más todavía que la de Cs, del propio PSOE, con un líder formalmente inhabilitado en esa circunstancia.

Hubo un momento en que para la izquierda (PSOE y Podemos), PP, Cs y Vox eran el trifachito, pero ese término pasó a mejor vida ante la esperanza de que uno de los de la plaza de Colón pudiera reconvertirse al progresismo, y así fue, el menos en Murcia, cuando tras las elecciones catalanas, Cs, que había capuzado donde antes triunfó, se dispuso a ensayar un giro que lo sacara de las haldas del PP. El PSOE, que había expulsado a la alcaldesa de Cartagena, Ana Belén Castejón, por pactar con el PP para evitar el populismo machirulo y de boina del MC, sin embargo estaba dispuesto a pactar con una de las patas del ya difuminado trifachito, con la aquiescencia de Podemos, pues el mal mayor era el PP, aunque fuera Cs quien lo había salvado en Madrid, Castilla y León y Murcia. Castejón a la calle por pactar con la derecha, pero Conesa estaba decidido a hacer presidenta de la Comunidad a la líder a dedo de otro de las fragmentos de la derecha. En la lógica interna, todo perfecto; en la lógica normal, ilógico por contradicción.

Y a las pruebas cabe remitise: ¿dónde están ahora los votantes de Cs? En Madrid, mediante elecciones, reforzando al PP; en Murcia, según señalan las encuestas, esperando las urnas para tomar el mismo destino. Si Cs es, como se ve, la derecha, ¿por qué Castejón está en la calle por pactar con la genuina, y Conesa estaba dispuesto a hacerlo con la coyunturalmente separada de aquélla? En cualquier caso, Cs ha desaparecido (sobrevive institucionalmente en la inercia de la legislatura), y al PSOE no le quedan socios potenciales, más que un decadente Podemos que regresa inexorablemente al testimonialismo de IU, pero incapaz de complementar por sí solo a los socialistas cuando ocurre, además, que éstos también menguan. Mientras tanto, la derecha regresa en las encuestas a la cota más alta de la era Valcárcel, con casi treinta diputados entre PP y Vox.

Todo esto con un Gobierno parcheado, con algún elemento friki en su interior, y con un presidente todavía formalmente en la cuerda floja respecto a su continuidad. Un análisis superficial nos llevaría a suponer que el PP, por supuestos convencionales, estaría en fase decadente, y más cuando no puede disimular la existencia de problemas internos. Sin embargo, parece lo contrario, según señalan, con leves diferencias tangenciales, los estudios demoscópicos de la UCAM y el CEMOP: va como un cohete.

Lo peor de la moción de censura no ha sido su fracaso, sino la resaca que ha dejado en sus actores: tanto PSOE como Cs no cejan en referirse a ella en un ejercicio de nostalgia que, si no lo remedian, podría prolongarse psicológicamente hasta las próximas elecciones, olvidando la necesidad de la propia recompostura en otros frentes políticos. Las encuestas ya les han advertido que es precisamente la moción de censura lo que ha generado desconfianza para el respectivo futuro de ambas fuerzas políticas, de modo que insistir en sus consecuencias es alimentar a la serpiente.

En este contexto, el PSOE parece que se dispone a introducir cambios durante el debate de la reforma del Estatuto de Autonomía en el Congreso de los Diputados para garantizar la disciplina a los partidos de los parlamentarios regionales, evitando así casos como el de Vox o Cs, y es posible que se haya adelantado para la semana entrante el proceso de aprobación para tratar de que la Asamblea no pueda aprobar de antemano la reforma de la Ley Electoral que pretende el Gobierno (poner el rasero de la representación en el 5% frente al 3% actual), al estar ésta incluida en el nuevo Estatuto. Como se ve, el PSOE se dispone a reformar con la mayoría parlamentaria de Sánchez el texto que concertó en la anterior legislatura de la Asamblea Regional con PP, Podemos y Ciudadanos. Esto facilitará que los populares propaguen que el PSOE enmienda lo aprobado por consenso gracias a la colaboración en dicha reforma de ERC y Bildu. O sea, más leña al fuego.

El problema, pues, de esta supuesta anomalía (una oposición que retrocede electoralmente), ya que no en los logros del Gobierno, hay que buscarlo en la misma oposición. PSOE, Podemos y lo que queda de Cs describen la gestión de López Miras en términos apocalípticos, y es cierto que en algunos aspectos de sus respectivos análisis se les podía acompañar desde fuera, y la prueba reiterada está en estas mismas páginas, siempre al margen de las estrategias retóricas partidistas. Pero si esto es como lo pintan (y a veces, ya digo, aciertan en el trazo), ¿quién tiene la responsabilidad de la prolongación de una misma fuerza en el poder, sea de una manera u otra? Está bien claro: una oposición impotente.

En el caso de Cs, la oposición es de hace un cuarto de hora. El exportavoz parlamentario, Juanjo Molina, repite: «Veintiseis años del PP en el poder no hay cuerpo que lo aguante». Se le olvida añadir que los últimos seis años esto ha ocurrido gracias a su propio voto. Y justo cuando iba a ser consejero de Educación o de Política Social en la renovación del pacto PP-Cs, surgió desde Madrid la moción de censura que también le garantizaría el puesto con el PSOE, pero no hubo suerte. En efecto, no poder ser consejero y dejar de ser portavoz no hay cuerpo que lo aguante. Incluso en términos económicos.

Pero hablamos de la verdadera oposición, la de izquierdas. Consolarse en la inexorabilidad de un destino sociológico preestablecido para justificar la impotencia de la alternativa es un recurso fácil. En otras Comunidades le han dado la vuelta a lo que parecía imposible, y es que nada es imposible en política si se acierta con las habilidades. Tal vez en alguna de estas Comunidades (Castilla-La Mancha, sin ir más lejos) el éxito consista en no ser tan seguidista de Sánchez. Al menos, en no aplastar a la disidencia interna cuando todo líder seguro de sí mismo y previsor de su futuro debiera hacer esfuerzos por integrarla. El error de la expulsión de Castejón, el inexplicable expediente a Emilio Ivars, la relegación de María González Veracruz o de Rosa Peñalver sin pretexto consistente alguno, indican que el PSOE sigue mirándose su propio ombligo. Ser amigo de Sánchez, aunque esto no te convierta en radical, como cree López Miras, no es suficiente y, tal vez, para ciertos asuntos, sea contraproducente. Es peor en Podemos, cuyo líder, Sánchez Serna, dispone de una visión oscura dirigida a su propio nicho, sin capacidad de mayor abarque, y hace añorar cada día a Oscar Urralburu.

En la izquierda suelen aprender demasiado tarde que las críticas a tiempo no son ataques sino preludios de las que ellos mismos suelen hacer sobre sí mismos cuando la realidad se les echa encima y llega la hora de las madresmías.