S i me han leído con más o menos frecuencia sabrán que me enamoran los tacones. Diría más. Siento verdadera atracción por este complemento de vestir. Me gusta verlos, más aún llevarlos y, por supuesto, adquirirlos. Cualquier look más o menos informal o desenfadado adquiere indiscutible distinción al incorporarlos. Tengo que reconocer que, en mi caso, ayuda que los visto con inverosímil comodidad, lo que resulta un verdadero alivio. Tal es mi pasión, y mi colección, que ‘El pequeño ratón’ con poco más de año y medio no solo los identifica sino que se anima a llevarlos, y no imaginan el arte que derrocha taconeando.

Creo que esa seducción se debe a que los identifico con un signo de máxima elegancia. Aunque, por supuesto, no es el único. ¿Se imaginan, por ejemplo, a Sophia Loren con zapato plano? Aunque su belleza es incontestable (aún a día de hoy con 86 años), no me negarán que el porte sería algo diferente. Y aunque, quizás, muchas veces ha sido etiquetada más como símbolo de la exuberancia que de la elegancia, me parece que su figura de diva ‘a la italiana’, construida con los años y una cuidada evolución de un aspecto más vulgar o basto, en sus inicios, a una sofisticación minuciosamente cuidada, la ponen a la altura de pocas mujeres de nuestra historia contemporánea. Solo otra mediterránea, Mónica Bellucci, me recuerda esa sensualidad tan refinada, ya que la musa del estilo de la firma Dolce Gabbana plasma, como ninguna otra, la esencia de la elegancia italiana.

Y es que aunque hoy, por suerte, celebramos la belleza de muchas mujeres que forman parte de la esfera más mediática, en ocasiones echo de menos la distinción y la personalidad de las estrellas de otros tiempos, cuyo carácter era el principal rasgo de su hermosura, resultando insólitas y excepcionales.

¿Hay acaso quien iguale a Ava Gardner, denominada como ‘el animal más bello del mundo’ por Frank Sinatra, o a Lauren Bacall? La fantástica fotogenia y el atractivo salvaje e indómito, de la primera, o la mirada con la cabeza agachada hacia el pecho, de la segunda (por algo la llamaban ‘The Look’) se convirtieron en marca de la casa. Por no hablar de la actriz y bailarina alemana con fama de mujer fatal, Marlen Dietrich, quien hizo de la ropa masculina el sello propio de su encanto; y quien aseguraba que «nunca me desmayo porque no estoy segura de caer con elegancia», haciendo de ésta más que una virtud una forma de vida quizás no poco sacrificada.